by Miguel Grillo Morales on Wednesday, March 16, 2011 at 1:56pm
LA REINA PIERDE SU CORONA.– “Vamos Grillo, quiero que conozcas la Reina”. Me dijo, en la primavera de 1995 mi inolvidable amigo Mario Díaz Brache. Y me la presento. Ubicada en la Avenida de la Confluencia, en la pintoresca ciudad de Jarabacoa, República Dominicana. La Reina consistía en una panadería y repostería donde eran elaborados por sus propietarios fundadores, un matrimonio cubano, excelentes dulces y las más deliciosas galletas cubanas de toda la región. La mayor parte de los clientes consistía en residentes de la capital, que escapaban a pasar los fines de semana, cerca del cielo, en la tranquilidad de la montaña, en una ciudad paradisiaca.
Desde mi primera visita, advertí el potencial de aquel producto, su calidad y estudie la posibilidad de crear una distribución a nivel nacional, más allá de las estrechas fronteras establecidas por la imposibilidad y el cansancio de sus dueños originales. Unos años después sus fundadores, un matrimonio mayor, me comentaron su interés en vender y retirarse a Puerto Rico. Firmamos el contrato de compra venta. Mi primo Pepe Grillo se ocupo de renovar y administrar el negocio. La mayoría de los grandes supermercados nacionales acogieron a través de una campaña publicitaria el producto. Las ventas aumentaron un 400% y fue necesario automatizar el sistema manual y arcaico de producción, así como crear una red de distribuidores. Por varios años La Reina ocupo su trono y mostro reluciente y altanera su corona. Para facilitar la distribución, se llevo a cabo un estudio para abrir una fábrica en una ciudad más accesible, La Vega. En medio de aquel estudio, en el 2003 recibí una oferta de compra. La coyuntura de mi interés en alejarme un poco de los negocios, para disfrutar la vida y la de mi primo Pepe Grillo atender su familia, me hicieron tomar la determinación de vender.
Mi amigo John Márquez, su nuevo propietario, administro el negocio hasta hace exactamente siete meses. Cuando decidió mudarse a Estados Unidos para que sus hijos estudiaran. En manos de los familiares de su esposa, “talentosos” empresarios. La Reina no resistió seis meses y adjudico su corona. Ya me habían comentado que aquel otrora prospero lugar se convirtió en los últimos tiempos en un antro cervecero. No suelo mirar atrás, especialmente en los negocios. Pero no he podido evitar un embate de añoranza y romanticismo. Al conocer el triste final de una elegante Reina. Donde laboraron, a modo de aprendizaje mis entonces adolecentes hijos Alex y Michael. Que brindo sustento a muchas familias. Y de la que hoy, solo queda una triste y harapienta mendiga.
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