Miguel Grillo Morales on Thursday, January 13, 2011 at 6:30pm
A Lázaro. Porque la barbarie jamas tendrá justificación.
No entendió, no entendía, solo sintió miedo, mucho miedo. Miro a sus padres y solo vio en sus rostros miedo, mucho miedo. Afuera, una muchedumbre enfurecida rujia y embestía las ventanas y la puerta. Toda la casa se estremecía a punto de desplomarse. El ruido era ensordecedor. Oyo los gritos de: “Pin pon fuera, que se valla la gusanera” Corrió a refugiarse en los brazos de su Madre, pero no se sintió seguro. Su Padre se levanto de la mesa para ir hasta la puerta, justo en el momento que esta cedió ante el empuje de la turba. Entro uno, entraron dos, entraron todos. Vio a su Padre caer de espalda, embarrado en una sustancia oscura, mientras se le abalanzaban encima. Sintió un fuerte empujón y se vio junto a su madre bajo la meseta de la cocina, ella lo empujo hasta allí, hasta la esquina del estrecho y oscuro rincón mientras le hacia señas para que no hablara, para que no llorara. Entre los tubos de desagüe y los calderos no había espacio para dos. Vio, sintió, cuando su Madre era arrastrada por los pies, después por el cabello, hacia afuera, dando gritos, mientras gesticulaba para que el se quedara callado. Cerró los ojos. Se pego a la fría pared de concreto. Sintió el calor del orine correr por su entrepierna. Pensó que se le explotaban la cabeza y el pecho. Escucho los gritos de su Madre apagarse en la distancia ahogados por la gritería y las risas de la gente. No recuerda que paso después. No recuerda quien lo saco de allí. No entendió, no entendía. Solo recuerda y sabe, que en la Cuba de su infancia, en la Cuba de Fidel Castro, fue victima de un acto de repudio.
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