Wednesday, October 30, 2013

Acere, déjame vivir.


Las puertas de cristal se abrieron y el contraste entre el ambiente climatizado en la recepción del hotel Habana Libre y el verano habanero lo percibimos como una bofetada de aire caliente en el rostro.
El regocijo de dos pasajes Habana/Santo Domingo recién adquiridos en el mostrador de Cubana de Aviación se incineró con el sofocante sol del mediodía. El olor a chapapote y combustible proveniente de la calle hacia la respiración densa, dificultosa. El ir y venir de transeúntes con la mirada pérdida en un horizonte de preocupaciones y asuntos por resolver, y algún furtivo vendedor callejero, nos separaba de la puerta del hotel y el auto rentado, aparcado a media cuadra.

Llevaba cuatro días en Cuba y solo pensaba en irme. El motivo de mi visita se resumía en aquellos dos sobres de membrete azul que contenían los pasajes aéreos. Uno para mi primo Pepe Grillo y otro para mí. No lo sabíamos entonces, pero nos aguardaban grandes retos, la fundación de una empresa agrícola y diez años de convivencias inolvidables en Republica Dominicana.
Apenas habíamos avanzado diez pasos en dirección a nuestro auto, cuando se nos abalanzó un joven negro, alto, desgarbado y de aspecto dudoso. Yo lo había detectado al hacer un “paneo” visual de los alrededores, costumbre que le debo mas a mi origen campesino, que a la lectura de algún manual de contrainteligencia urbana. El individuo no traía buenas noticias, pero si buenas intenciones.

−Puro, usted tiene el carro ponchao. –Nos dijo mientras caminaba a nuestro lado.
−Pero no se preocupe, que yo le resuelvo.

Y efectivamente, el auto tenía el neumático trasero del lado de conductor en estado asmático.
− Ábrame el maletero y déjeme esto a mí, no se me vaya a ensuciar esa coba doctor. No tiene que pagarme, si quiere regáleme algo. −Me dijo sonriente.

− ¡Doctor, esos zapatos tienen que costar un cojón de fulas!
Si su gentileza me dejo atónito, su habilidad para sacar el repuesto, el gato, desmontar la goma “pinchada” y comenzar a montar la nueva, me dejo con la duda de si mi voluntarioso asistente no había sido en el pasado, miembro de la escudería de un piloto profesional en Daytona 500.

No solo observé su destreza. Observé también sus manos y antebrazos sucios, los pantalones percudidos y aquel trapito manchado de grasa, que se mecía colgado del bolsillo trasero de su pantalón. Cuando apretaba la última tuerca, me le acerque por la espalda. Puse mi mano sobre su clavícula derecha y apreté con fuerza, empujando hacia abajo hasta que pego el culo en el pavimento. No lo deje hablar, me acerque a su oreja izquierda y sintiendo el olor a mugre y sudor rancio le dije:
−Socio, yo tengo más millas que tú. No me gusta que me jodan y mucho menos que me cojan de pendejo.

El joven se puso blanco. Intento decir algo. Deje caer todo mi peso sobre su cuerpo doblado. Fue entonces que pego la frente a la goma recién instalada y en un murmuro ahogado por los bullicios de La Habana, me dijo:
−Acere, déjame vivir, déjame vivir. La cosa esta mala, no tengo trabajo ni forma de buscármela. La goma no está ponchada, solo le falta aire. Allí abajo hay una gasolinera, dile a Papito que le ponga aire.

Lo deje incorporarse. Era un manojo de nervios. Con el sucio trapito se frotaba las manos torpemente. La cabeza baja, esquivando mi mirada. Mire su piel oscura, curtida por los avatares de la vida. Sus uñas impregnadas de grasa y residuos de caucho, el pelo enmarañado y mal atendido. Pensé en las dificultades que aquel personaje y su familia enfrentaban todos los días, para poder sobrevivir. Pensé en las dificultades que yo mismo había enfrentado. Pensé el abismo que existía entre mis posibilidades y las suyas. ! Pensé en tantas cosas!  
−Perdóneme, perdóneme. Repitió dos veces como un autómata.

Fue entonces que La Habana toda se me vino encima. No sé si hice bien, no sé si hice mal. Saque mi cartera y de ella extraje dos billetes de veinte dólares. Con la mano extendida, tuve que insistir tres veces. Al fin los tomó, los enrolló en aquel trapo y se los metió en el bolsillo.
No sé, que pensaron los transeúntes aquella calurosa tarde de julio, al ver aquellos dos hombres abrazados en la acera frente al hotel Habana Libre. Ni me importó.

Tuesday, October 29, 2013

El libro de Kika.


“Un ángel choco con la ventana”. Es la última entrega de la escritora cubana Ana Kika López. Lo acabo de leer y me ha dejado ese sentimiento que deja la buena lectura. Lleno de poesía, el libro nos cautiva y nos va llevando por un mundo lleno de fantasías y realidades. Lo humano se mezcla con lo divino en una trama donde la pureza de un monje se mezcla con la crueldad de un crimen.

A Kiam, un ángel novato le es encomendada la tarea de cuidar a un monje nombrado Petrus. Así comienza esta maravilla en letras. Veamos en la página 102 en “Comienzan las entrevistas” la descripción del monte visto por Petrus. Dejemos que sea la propia Kika quien nos lo narre.
“Petrus clavo el verde de sus ojos en las montañas que rodeaban el monasterio. Los llenó de ocre y bronces manchados de mostaza. Sobre el pico de las lomas se perfilaba un teclado de de troncos a trasluz, cual erizada espina dorsal de un dinosaurio. La tarde se partió en pedazos detrás del ramaje, celosía con azulejos de cielo. Al otoño le crecía un invierno de gajos ennegrecidos, y la floresta, ya desnuda, incendiada de llamas frías, se fue tornando rojiza, para luego amansarse en violeta al aparecer la luna. Espejo de sombras, el arroyo se restregaba con las raíces sedientas asomadas a sus costados, dejando olor a tierra esparcido por el monte. El bosque tiro su traje de hojas abandonado en el viento que lo arrastró por el suelo, lo empujo cuesta abajo y lo hizo naufragar en la laguna como barco vegetal enganchado en las astas de los siervos.”
Si esto no es poesia y un orgasmo literario, que venga el propio Dios de la literatura y me lo niegue.


Conocí a Ana Kika López el 12 de marzo de 2012 en el Miami Dade College en la clase de Creación y Composición Literaria impartidas por el profesor Daniel Fernández. Éramos siete alumnos: Fidias, Leda, dos Marías, Maña, Kika y yo.

Aquella compañera de clase me llamó rápidamente la atención. De baja estatura, impecablemente vestida, mente ágil y gran sentido del humor. Sus conocimientos de gramática y literatura me dejaros claro que no estaba ante una mediocre. Si lo anterior fuese poco, tuvo un detalle, la gentileza de regalarme un libro escrito por ella.
Después supe que Kika nació en Chaparra, un central azucarero localizado en la provincia de Oriente, Cuba. Graduada con un doctorado en filosofía en la de Universidad de La Habana, estudio pintura en la prestigiosa escuela de San Alejandro. Escapo de Cuba en 1964 vía México y cruzó en balsa el rio Bravo. ¿Interesante, verdad?
A publicado cinco obras: “Nuestra Familia” (2002), “Tiempo Mágico” (2005), “Crónicas de un viaje a Cuba” (2006), “El Hermafrodita” (2011) y “Escrituras” (2011). Su sexta obra, “Un ángel choco con la ventana”, está a la venta en Amazon y será oficialmente presentada el sábado 11 de enero a las 2 PM en la Biblioteca Pública localizada en Coral Way y la 94 Ave.
Allí nos vemos.

Wednesday, October 16, 2013

Los siete retratos de Julia.


Siempre estuvo allí. Multiplicada, repetida siete veces. Las mismas siete veces en los siete idénticos retratos en las siete casas de sus hermanos. El mismo marco de madera, el mismo corte de pelo, el mismo vestido, los mismos zapatos, el mismo abanico, sentada en el mismo banco y en la misma pose. El semblante serio, la mirada perdida, detenida en la tercera década del siglo veinte. El mismo florero de cristal, en forma de cuerno, sostenido por un clavo a la pared de tablas sedientas de pintura. Las mismas flores, blancas, silvestres, marchitas, mudo ritual de difuntos.
Quedaban el baúl, su baúl, cerrado con llave y aquellos siete retratos en blanco y negro desde donde, joven y bella, parecía escudriñar el presente. Quedaba además el misterio, un manto oscuro en forma de secreto que guardaba la familia custodiado por los enmohecidos candados del tiempo y del silencio. Eso era todo lo que quedaba de ella.
Apenas tuve tiempo de leer el formulario amarillento, escrito con exquisita letra cursiva, guardado con celo en una gaveta del buró de mi padre.
Dirección de Medicina Forense
Departamento de Patología
Colón, Matanzas, Cuba 
Fecha: 21 de junio de 1936
Autopsia # 1228
Nombre: Julia Grillo Martín
Edad: 28 años
Sexo: Femenino
Ocupación: Hogar
Muerte: Suicidio
Descubrimientos:
Traumatismo cráneo encefálico, producido por herida de bala. Punto de penetración hueso esfenoide derecho con salida al parietal izquierdo. Estado de gestación de diez a doce semanas.  

Mi padre me lo arrebató. Con aquel papel temblándole en las manos lo vi llorar por primera vez, –- Julia era mi hermana, tenía solo veintiocho años.
Cuando el denso silencio de la siesta y el sopor del mediodía inundaban nuestra casa, mi imaginación infantil reconstruía los hechos y animaba su retrato. La veía sudar copiosamente, con el abanico de diseño taurino intentaba mitigar el calor detrás del cristal. Se incorporaba del banco, alisaba con sus manos el elegante vestido y como en una película vista al revés, retrocedía en las imágenes. Del cuadro iba hasta el comedor, se sentaba a la mesa, con la mirada perdida en un horizonte de penas. Tomaba el revólver y se lo llevaba a la sien, primero su cabeza se estremecía, sonaba después el disparo, seguido de la acción de apretar el gatillo, caía entonces de bruces sobre la mesa y un inmenso charco de sangre empapaba el mantel y goteaba incesantemente en el piso de cemento pulido.
Años después supe que el baúl contenía su vestido de novia. Supe también que, seducida y abandonada, Julia lavó con sangre su honra y la honra de la familia.
Siempre estuvo allí. Multiplicada, repetida siete veces. Las mismas siete veces en los siete idénticos cuadros de las siete casas de sus hermanos. El mismo marco de madera, el mismo corte de pelo, el mismo vestido, los mismos zapatos, el mismo abanico, sentada en el mismo banco y en la misma pose.
Siempre tuvo veintiocho años.