Tuesday, August 4, 2020

Seis dedos, seis.

El cuarto del hospital semejaba una floristería, los arreglos florales estaban por todas partes, alguno de ellos con globos donde se podía leer, ¡Felicidades!, ¡Es un barón! o ¡Lo lograron! Y no era para menos, Julia y Tomas Lozano llevaban seis años tratando de tener familia sin conseguirlo y al fin cuando ya creían que su futuro era ser una pareja solitaria, ¡Albricias! El doctor Raimundo Fernández especialista en gestaciones de alto riesgo les había informado unos meses antes que al fin Julia estaba en estado de gestación. Fueron nueve largos y preocupantes meses previos a aquel gran día en que ambos miraban el producto de la larga y angustiosa espera con extrema ternura rodeados de un mar de coloridas flores. Julia amamantaba al recién nacido mientras Tomas la contemplaba tiernamente y con cierta preocupación. Esperaban la visita del doctor que certificaría que todo estaba en regla. Todo indicaba que se trataba de una criatura en perfecto estado de salud, robusto, de color rosado, fuerte y hermoso. Solo un detalle los preocupaba. El pequeñín tenía seis dedos en cada mano, ¡seis! Dos leves toques en la puerta del cuarto y se escucho la voz del doctor Fernández pedir permiso para entrar. − Adelante doctor, adelante− dijo Juan con energía. − ¡Buenas tardes! ¿Cómo está ese nuevo miembro de la familia Lozano?− pregunto el doctor con una amplia sonrisa. −Muy hambriento doctor contestaron ambos padres casi al unísono. Estetoscopio en mano el doctor comenzó un minucioso reconocimiento del diminuto paciente mientras les explicaba a la pareja. − No se alarmen el niño está en bien, lo de los deditos se resuelve quirúrgicamente. Eso sí, alguien en sus familias tiene que haber tenido esta condición anteriormente pues es exclusivamente hereditario. El matrimonio se miró mutuamente. Ninguno recordaba un caso parecido en ninguna de las dos familias. Días después estando ya en casa hicieron una investigación exhaustiva con todos los miembros de la familia y no encontraron indicios de un caso parecido. −Mi amor, los doctores siempre andan inventando. Lo hacen para darle más prestigio a la profesión−. Le dijo Julia a su marido, restándole importancia al asunto. − Son unos comemierdas−. Añadió Tomas. Esa misma tarde, mientras Julia amamantaba al crio, tocó a la puerta Arístides el jardinero. Tomas abrió y encontró al fornido joven, tembloroso con un paquetico de regalo entre las manos. − Perdone señor Lozano, lo felicito, esto es para el niño− y extendió la mano izquierda con el regalo y la derecha con el saludo. Tomas, le estrechó la diestra y un escalofrió le recorrió el cuerpo. Su mano se perdió entre la del jardinero. Aquello no era una mano, semejaba un guante de beisbol. Se fijó en el diminuto paquetito perdido entre los enormes dedos de la otra mano y los contó, 1, 2, 3, 4, 5, 6. −Gracias por todo Arístides−. dijo tartamudeando y cerró la puerta.