Wednesday, December 31, 2014

Necesidades de fin de año.


Eran dos, de apariencia dudosa. Me abordaron en el parqueo a la salida del banco esta mañana. Para no ser acusado de racista no revelaré su etnia. Desde un maltratado Ford Explorer el pasajero en forma suspicaz, mirando hacia todos lados incesantemente, me dijo.

       ¿Acere, quieres comprar un televisor plasma de 60 pulgadas, barato?

       No, no me interesa.

       ¡Acere, por cuatrocientos pesos te incluyo un sistema de sonido!  

       No socio, no me interesa.

       ¡Acere, están nuevos en su caja! Estamos escachados y necesitamos  resolver para fin de año. Dame lo que tú quieras.  

Las exigencias de los comerciantes sobre rueda me obligo a ponerle fin a las negociaciones, en su nivel y en su idioma. Les dije:

− ¿Acere, tu sabes que así mismo empecé yo hace cuarenta años? Yo le ponía ladrillos adentro a las cajas. ¿Ustedes que le ponen?

Se miraron, masticaron tres malas palabras y salieron chillando goma, en busca de algún ingenuo.  

Monday, December 1, 2014

Adios a un montero.


Roman Mesa, Horacio Grillo, Miguel Grillo (2002)
 
Llegó al callejón de la finca La Esperanza, en el Central Mercedes, al estilo viejo oeste americano, con todas las pertenencias de su familia sobre una carreta de bueyes y tres caballos atados en forma de longaniza, detrás de la carreta. En semanas previas, había construido una casita campestre de paredes de tabla y techo de tejas rojas. En semanas posteriores, construyó su leyenda.

Domador de caballos, montero, hombre de campo. Estos son los adjetivos con los que puedo calificarlo. Hábil en el adiestramiento de caballos para la lidia de ganado, su casa se convirtió en el punto de convergencia de los chicos del barrio, que íbamos admirados a verle montar por primera vez algún potro semisalvaje. Con destreza, cortaba crines y colas, convirtiendo pencos de dudosa raza en bellos ejemplares. Con betún de lustrar calzado, hacia brillar los cascos. Húmeda y tejida en una trenza, una escasa y descuidada cola se convertía en hermosa y ondulante obra de arte.
 

Un caballo grande, negro y holgazán comprado por unos pocos pesos a mi primo Alfredo Grillo, se convirtió en un caro y bello ejemplar de brilloso pelambre bajo su cuido. Recién bañado, atado debajo una frondosa mata de mangos, un chorrito de creolina en cada casco, aquel “avispado” animal parecía capaz de tragarse el mundo. Así lo vieron aquellos guajiros que vinieron desde Jagüey Grande y pagaron mil pesos cubanos por él.  

El último recorrido a caballo que hice por lo que un día fue la finca de mi familia, lo hice con él. Me ensilló su mejor Quarter Horse para la ocasión. Cuando me fui en 1970 del callejón de mi infancia, lo deje allí domando y entrenando caballos. De vez en cuando le hice llegar ejemplares de la revista American Quarter Horse Journal. Siempre recibí mensajes de agradecimiento. Uno de ellos en forma de una jáquima confeccionada por él. La última vez que nos vimos personalmente fue en febrero del 2002. Sombrero y habano presente, charlamos toda una tarde, recordando acontecimientos de mi niñez. – ¿Tienes buenos caballos? Le pregunte. –Prácticamente, ni eso queda ya aquí Miguelito. Me dijo haciendo una mueca.   

Ayer recibí la mala nueva. Una vez más noviembre se lleva un amigo, a un buen amigo. Di un largo  recorrido por mis establos. Limpié y acicalé mi mejor montura y escribí esta nota llena de dolor. Es el mejor homenaje que le puedo hacer a un hombre como Román Mesa.