Friday, August 31, 2018

El tesoro de los Grillos.


Botija

Jubiloso, jadeante y sudoroso, con la ropa embarrada de tierra negra, sosteniendo entre los mugrientos brazos y la barriga un enorme recipiente de cristal entré por la puerta de la cocina gritando,

− ¡Mami, mami encontré el tesoro, encontré el tesoro!−

Y en efecto, lo había encontrado, lo había logrado, había encontrado el famoso tesoro enterado en la finca de los Grillos.

 “La botija”* llamaban a un tesoro enterado aparentemente por mi abuelo y un hermano en algún lugar de los predios de la finca La Esperanza y Sumidero. Según la leyenda era la herencia de Diego Grillo un pariente que había sido pirata. Nadie sabía su localización exacta y todos los esfuerzos por encontrarla terminaban en rotundos fracasos. Y ahí estaba yo, con el tesoro entre las manos, lo había descubierto, había encontrado la famosa botija de la historia que desde pequeño había escuchado repetida a susurros entre mis mayores una y mil veces.


Horas antes lo había visto introducirse en una cueva cavada en el piso de tierra, entre la pared y una pila de madera que mi padre mantenía en el portal adosado al garaje del tractor y el cual usaba como carpintería. Me detuve a observarlo. Era un diminuto guayabito* de color gris que se movía con nerviosismo. Por curiosidad comencé a mover las maderas y a excavar la tierra siguiendo la trayectoria de la cueva. Cuando no pude seguir excavando con las manos busqué una pala. La cueva se extendía aproximadamente medio metro y ganaba profundidad. A cada palada crecía mi entusiasmo y crecía la montaña de tierra extraída de la excavación. La punta de la pala chocó con algo sólido, retiré un poco más de tierra y me arrodillé para limpiar con las manos el resto que quedaba sobre aquel objeto que se interponía a mi investigación. Era un montón de ladrillos de color rojo, cuidadosamente colocados uno al lado del otro, como se colocan los adoquines de una calle. Los fui levantando uno por uno, descansaban sobre una plancha de metal, tuve que extraer más tierra para poder despejar la plancha metálica en forma de esfera, era la tapa de un tanque. El corazón se me disparó a la par de la pericia arqueológica. De cabeza zambullido en aquel hoyo, con ayuda de la pala, logré levantar y retirar la tapa, un fuerte olor a aire antiguo me inundó el olfato, el tanque estaba lleno de sacos de yute, que rodeaban y servían de protección a un objeto central, los fui sacando con cuidado hasta que dejé al descubierto otra tapa de metal más pequeña, la tapa de un pomo de cristal de los que utilizaban en los mostradores de las bodegas como recipiente para caramelos. Con un esfuerzo extremo extraje el enorme y pesado recipiente, la tapa estaba herméticamente sellada y pintada de negro, a través del cristal divisé el contenido: varios rollos de billetes, cuidadosamente empacados, descansaban sobre un fondo lleno de relucientes monedas de distintos tamaños. El corazón se me agitó dentro del pecho y un escalofrío como corriente eléctrica recorrió mi sudoroso cuerpo. A duras penas pude cargar el botín, correr hasta la casa y entrar por la puerta de la cocina gritando a todo pulmón.
Mi casa.


-¡Mami, mami encontré el tesoro, encontré el tesoro!- La silueta de mi madre surgió del cuarto y vino hacia mí. Su rostro se fue transformando según se acercaba, en solo diez pasos pasó del asombro al espanto. En un desborde de alegría y orgullo le señalé mi hallazgo mientras le decía -¡mira, mira, encontré el tesoro de los Grillos! Mi madre dejó caer la escoba que sostenía en sus manos, el ruido del cabo de madera al chocar con el piso se escuchó regresar multiplicado en forma de eco desde todas las habitaciones, se llevó las manos a la cabeza y musitó, - Muchacho, tu padre te va a matar. - No solo me arrebató el tesoro de las manos, también me condenó a la incomunicación y a la penitencia de permanecer en mi cuarto en silencio hasta que llegase mi padre.

Estaba solo en mi habitación debatiéndome en un mar de conjeturas, cuando lo oí llegar. También los oí conversar en un diálogo a susurros que confirmó mis temores, − estos viejos me quieren dar la mala, se quieren quedar con mi tesoro − El vozarrón de mi padre estremeció la casa, − Migue, venga acá −. Salí del cuarto resuelto a pelear por lo que era mío. Sobre la mesa del comedor estaba el recipiente de cristal abierto y su contenido esparcido en grupos. − Siéntese ahí, que tenemos que hablar− dijo el viejo Miguel con tono grave y severo. Ah, ahora quieren repartirlo, seguro que a partes iguales. ¡Como saben estos viejos! pensé, pero no me atreví a decir nada. Me senté en la silla que me indicaba mi padre sin decir media palabra. − Mire mijo, esto que tú te acabas de encontrar no es el nombrado tesoro de los Grillos, esto lo enteré yo. − Fue lo primero que me aclaró, para proseguir dándome una explicación detallada mientras señalaba minuciosamente el inventario sobre la mesa.
− Esto, en moneda de curso legal, es el dinero de la última venta de ganado que yo realicé antes de la expropiación de la finca, lo conservo porque como nosotros nos vamos del país, han existido casos en los que el gobierno le exige a los que se van devolver el valor de un auto o alguna propiedad que hayan vendido previo a la salida. Esto que ves aquí son billetes de antes de la revolución, yo no cambié todo el dinero. Estos otros son dólares, que siempre tendrán valor pero es un delito poseerlos. Estas son monedas de plata de las de antes, de distintas denominaciones, la plata aumenta y tiene gran valor. Y esto es un revólver que escondí para que no me lo quitaran, cuando las armas fueron prohibidas. Migue, si se enteran que yo tengo esto voy a la cárcel. ¿Entiendes? −

− Si Papi, entiendo.− Conteste bajando la cabeza.

− Bueno, ahora usted tiene que prometerme que no dirá ni una palabra de esto a nadie. − Y enfatizó, “a nadie” extendiendo la mano para sellar aquel pacto de confianza con un estrechón de manos.

 
Citio del hallazgo.

Siete años después los tres protagonistas de aquel hecho, abordábamos un avión con destino a Madrid sin un centavo en los bolsillos. Así éramos obligados a salir los exiliados cubanos de nuestra patria. Han pasado cincuenta y cinco años desde aquel hallazgo, tiempo suficiente para poder contar la historia, revelar el secreto sin violar el acuerdo contraído con mis padres que ya no están.

Allí en el central Mercedes, (6 de Agosto) en los predios de lo que fue mi casa natal, en el patio de mi niñez, meticulosamente preservado, enterrado en algún rincón está el tesoro de mi padre. No sé el sitio exacto, él se encargó de reenterrarlo sin que yo me enterara donde. No sé el valor actual, pero me atrevo a calcular que sobrepasa con creces el salario anual de todos los vecinos que viven en aquel callejón convertido en barrio. Hoy, al igual que aquella tarde de agosto del 1963 renunció a la propiedad del tesoro.

 Vivo convencido que no existe mayor tesoro que el ejemplo que recibí de Carmita y Miguel y la enseñanza que cada cual debe lograr su propio tesoro sin envidiar ni codiciar el ajeno.

Ojalá alguien pueda encontrar el tesoro de mi padre. Me complacería saber que el ahorro y el esfuerzo del viejo Miguel sirven para que alguna o varias familias logren aliviar sus penurias.


* Guayabito. Ratón pequeño.

* Botija. Nombre dado a un recipiente de cristal o barro utilizado para embazar vino o agua.

Wednesday, August 1, 2018

Una pequeña quemadura.



−Mike line one Mike line one− Escuché a la recepcionista anunciar por los altoparlantes de la factoría. –Mike línea uno, Mike línea uno− Repitió insistentemente. Llegué hasta el teléfono más cercano y descolgué el auricular. −Hello− un tropel de voces se oía en el otro extremo de la línea. Mis hijos Alex y Michael discutían entre ellos a la misma vez que intentaban hablar conmigo. − ¿Qué pasa?− pregunté en tono enérgico, pero la diatriba continuaba. –Fue tu culpa− oía decir a uno. –La culpa es tuya− gritaba el otro.  Diez y ocho años tenían Alex y Michael respectivamente en aquel momento. – ¡Cállense y acaben de decirme que carajo está pasando!− tal fue el grito que se callaron. – Papi, estábamos jugando con unas “smoke bombs” (bombitas de humo) en la camioneta y el asiento se quemo un poquito.− la explicación me la daba Michael, mientras de fondo, escuchaba a Alex refunfuñar. Se referían a una camioneta Ford F100 de 1938 que yo tenía parqueada en casa y en proceso de restauración. Tragué en seco y pregunte, − ¿Le paso algo a ustedes?−  Un dúo enérgico, rotundo en forma de “NO” recibí como respuesta y me tranquilicé.
Y entonces vino la mejor parte.

− ¿De qué tamaño fue la quemadura?

− ¡Chiquitica!

− ¿Cómo la de un cigarrillo?

− No, más grande.

− ¿Un centavo?

−No, más grande.

− ¿Una peseta?

−No, más grande.− repetía el dúo de traviesos.

− ¿Cómo una moneda de un dólar?

− No, mas grande.

− ¿Cómo una bola de beisbol?

− No, más grande.

− ¿Cómo un plato?− pregunte perdiendo la paciencia y subiendo el tono.

− No, máaaaas grande. – y el alargamiento de la “a” me saco de quicio.  

− ¡Me cago en diez! ¿De qué tamaño es el jodido hueco?− grite a todo pulmón. Y entonces escuché la voz de Michael, pausada, en tono bajo pero grave decirme.

− Como un caldero papi.

− ¿Qué tipo de caldero muchacho?

− El que usa Pepe para freír los puercos.