Thursday, May 30, 2013

El secreto está en saber escoger.


Hace unos días publique en Facebook una foto tomada en mi baño. La foto muestra dos rollos, uno de papel higiénico y el otro de alambre de púas. La foto ha sido reproducida en diversos sitios. La titulé: El secreto está en saber escoger.
Otra foto aparecida en mi muro de Facebook muestra una calle de la ciudad dominicana La Vega que me es muy familiar y muy querida. La foto fue motivo de críticas porque un pequeño letrero de “Pare” cuelga a cuatro metros de altura en un cable telefónico. Aunque pequeño el letrero no deja de tener un mensaje político. Mire la foto con detenimiento. La calle y las aceras están pulcramente limpias, las casas cuidadas con ese esmero de las amas de casa dominicanas.
Recordé otra foto que hace unos días publique con dolor en mi muro. Es una foto actual de la calle principal de mi pueblo natal el Central Mercedes (6 de Agosto) Matanzas, Cuba. Batey de un central azucarero que en sus tiempos de gloria no tenía nada que envidiarle a La Vega, sus calles asfaltadas y su Parque Central eran una obra de arte y un monumento al buen gusto y la limpieza.
Tengo algunos amigos dominicanos que aun viven embriagados por el “candor” que la vitrina de la revolución cubana brinda al mundo y por la imagen de Fidel Castro. Sin detenerse a reparar en el daño que su dictadura y su sistema le han hecho a la nación cubana por más de medio siglo. Reconozco que están en su derecho. Reconozco también que es muy fácil hacerlo desde una limpia calle de La Vega y no desde el charco pestilente en que Fidel y la revolución han convertido a Mercedes. Ellos saben muy bien escoger donde vivir. Como sabrían también en caso de visitar mi casa y mi baño, cual rollo escoger al terminar sus necesidades fisiológicas.           

Wednesday, May 29, 2013

Manuel Alarcón


En Cuba se están jugando los Play Off de la Serie Nacional de Béisbol. A pesar que mi antena parabólica capta nítidamente cuatro canales de la Isla, no tengo el menor interés en ver los juegos. Los equipos, los nombres de los jugadores, ya no me dicen nada. Pero no siempre fue así. En la década del 60, siendo un niño, nombres como: Félix Isasi, Fermín Lafita, Miguel Cuevas, Pedro Chávez, Gaspar (Curro) Pérez, Santiago (Changa) Mederos y muchos otros formaban parte de mi fanatismo beisbolero. Mi último año de residencia en Cuba mi equipo favorito Henequeneros, gano el Campeonato Nacional. Aunque no jugó regularmente, Guillermo Herrera un cátcher de mi pueblo integro el equipo campeón.

No tengo idea que ha pasado y que se han hecho aquellas legendarias figuras. Buscando en la red encontré información muy vieja sobre uno de ellos. Manuel Alarcón un pícher oriental. Con un movimiento en el montículo que mostraba el número y una recta de cien millas por hora, se gano la admiración de todos los que lo vimos actuar. En momentos cruciales, su wind-up era tal, que mostraba el número hacia tercera base. Nadie mejor que Eliseo Alberto (Lichi) para contar esta triste historia. 
Unos diez años después de su retiro (1969) como atleta de alto rendimiento, el periodista Boby Salamanca y yo tratamos de localizarlo para saber qué había sido de su vida. Viajamos a Santiago de Cuba. Preguntando por aquí y por allá, fuimos a dar a la ciudad de Bayamo. Lo encontramos donde el joven carpetero del hotel nos dijo que estaría: en un cabaret de arrabal cuyo nombre no recuerdo -pero sí su rancio olor a orine. Tres conos de luz rojiza bombardeaban la pista. Me costó trabajo reconocerlo: estaba en la plenitud de su decadencia. Vivía de mal cantar boleros. Nadie del público parecía prestarle atención, ni siquiera cuando se doblaba de dolor al pronunciar aquellos versos de “Rosa mustia”, la terrible balada del trovador Angelito Díaz: “No queda ya de lo que fuiste, nada”. Mi ídolo era un (glorioso) pobre diablo. Tuve ganas de abrazarlo: se caía de borracho. Al terminar su ronda, el bolerista Manuel Alarcón fue a saludar a Bobby Salamanca. Mi amigo lo paró en seco: “Campeón, ¿qué haces cantando en este tugurio de porquería?”. Manuel se veía abochornado, al responder: “Aquí me gano mis pesitos”. Enseguida tomó aire y recorrió el salón con la vista, sin fijarla en ningún rostro, en ningún sostén, hasta posarla de nuevo en su vaso de ron caliente. Tragó en seco. Sólo entonces se atrevió a decir, con pundonor: “Compadre, es que cuando te han aplaudido una vez es muy duro vivir sin que te aplaudan”. En sus pupilas creí ver la media luna de un estadio vacío. Bobby avanzó hacia la pista y ordenó con desesperación: “¡Aplaudan, carajo, aplaudan! ¡Ingratos, malagradecidos,  este gigante es Manolito Alarcón!”. Algunos lo hicieron.” (Publicado el 6 de Agosto 2011)
No tengo idea cual ha sido el final de Manuel Alarcón. Como tantos otros atletas fueron utilizados con fines políticos y después olvidados y abandonados.  Al menos a mí, no se me olvidara jamás dos sendas lechadas que Alarcón le dio a Industriales en el 1967. La primera para abrir la temporada, la segunda para cerrarla y para ganar el campeonato.

Saturday, May 18, 2013

Mañana de un sábado de mayo.


 

Diez y media de la mañana de un espectacular sábado de mayo. Terminamos de disfrutar un apetitoso desayuno confeccionado por Mocho. Sol radiante, fresca briza que mueve las cortinas y crea una música paradisiaca en los múltiples sonajeros que rodean la terraza. Una pareja de sinsontes laboriosos realizan incesantes vuelos para alimentar a sus crías, que esperan refugiadas en su nido. Los pavos reales majestuosos despliegan su cola en ese ritual para atraer las hembras. En el sistema de sonido a muy bajo volumen desde Santo Domingo de Guzmán se escucha Radio Raíces. Es una estampa y un momento para la meditación y el disfrute. Estoy extasiado. Arrobado, casi quedo le digo a Mocho: - Solo nos faltan que ahora lleguen los testigos de Jehová. Y en ese preciso momento suena el intercomunicador y en la pantalla del circuito cerrado y aparecen las figuras de dos damas Atalaya en mano. ¡OREMOS!         

Thursday, May 2, 2013

Rebelión en la Granja.

 
Con un ritual reservado para una operación de alta inteligencia mi primo Pepe Grillo me lo entregó. Corría el año 1969 y en el país donde ambos habíamos nacido el espacio entre lo legal y lo subversivo era una delgada línea interpretada a su antojo por los dueños del poder absoluto. Hasta la lectura era víctima de aquellos parámetros. Y precisamente aquel paquete envuelto en un cartucho de bodega contenía una lectura, contenía una novela. Entregármela para que yo, un adolecente, la leyera, era motivo de gran preocupación. - No se la puedes mostrar a nadie. – Léela pronto y cuando termines me avisas y yo vengo a buscarla. Me dijo con tono de severidad. Las preocupaciones de Pepe no eran infundadas.
 

Rebelión en la Granja o Animal Farm, la novela escrita por George Orwell en 1945 no me pareció nada del otro mundo. Contaba como un grupo de animales se revela en una granja contra los dueños. Los acusan de ser unos explotadores, los expulsan, toman el poder y se organizan. Algunos de aquellos animales se convierten en dirigentes, redactan siete mandamientos que regirán la granja. Al final se dan la buena vida mientras el resto vive en la peor de las miserias. Cualquier semejanza con lo que había sucedido en países del bloque socialista y lo que estaba pasando en Cuba no era coincidencia. Ahí el detalle, del peligro de ser descubierto con aquella simple novela en la granja socialista que comenzaba a construir Fidel Castro.
 

La noticia le ha dado la vuelta al mundo. Antonio Castro Soto del Valle el hijo de Fidel Castro acaba de ganar un torneo de golf en Varadero. Las fotos lo muestran con la indumentaria apropiada, como cualquier empresario capitalista, disfrutando los verdes campos, la briza de mar y el juego de los burgueses. No es la primera vez que vemos al hijo de Papa y Mama dado a la buena vida. Otras fotos lo han mostrado en lujosas cenas, con costosísimos trajes, enormes puros, rodeado de fina cristalería y bellas mujeres.
 

Quizás no la primera vez, pero después si pude comprender perfectamente el mensaje de aquella sencilla novelita satírica. Los animales que llevan las riendas del poder en la novela de Orwell son dos cerdos, se llaman Snowball y Napoleón.
 

No es necesario preguntarle al pobre burro Benjamín (como al final de la novela) que lea el séptimo mandamiento modificado por el dictador Napoleón, basta ver cómo viven los hijos de los dirigentes en Cuba: "Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros". Solo queda añadir: Al que Fidel se lo dio, que el proletariado se lo bendiga.