Wednesday, June 28, 2017

Muerte en el Palmetto.


El encuentro.

Son las doce del medio día. Conduzco  mi auto por el Palmetto Expressway. Voy camino a una reunión de negocios. A la altura de la calle treinta y seis del noroeste el tráfico se detiene y comienza a avanzar en tramos de diez metros. La senda por la que manejo parece moverse a mayor velocidad y le doy alcance a un flamante Maserati Quattroporte negro, al volante una atractiva rubia. Conducimos nuestros autos, uno al lado del otro, por unos minutos nuestros destinos se unen rumbo sur. Yo freno y ella frena, yo acelero y ella acelera. La observo con detenimiento, su cabellera rubia y bien peinada le cae como una cascada sobre los hombros haciendo un divino contraste con la chaqueta azul oscuro. Sus manos, cuidadas se posan en el volante dejando ver en sus dedos y en las muñecas algunas finas alhajas. Volvemos a detenernos, puerta con puerta. Bajo el cristal de la puerta del pasajero, ella se percata y gira lentamente la cabeza y me mira, sonrío levemente y me devuelve la sonrisa, con una señal de la mano la invito a que baje el cristal de su ventanilla, se demora unos segundos pero lo hace. Y comienza el dialogo.

El dialogo.

− ¡Que trafico! – le digo en ingles del bueno.

− Si, terrible. –me contesta en ingles del mejor.

− ¡Hermoso tu auto!

− Muchas  gracias. 

− ¿Cómo te llamas? –le pregunto con voz engolada.

−Cristina. –me responde, levantándose los lentes de sol a la altura de la frente y asomado dos ojos verdes como dos esmeraldas.

La muerte.
Cristina, Cristina, Cristina, Cristina. –repito en voz baja, y en ese mismo momento siento un fuerte dolor en el costado izquierdo del pecho, como si me desgarraran las costillas. Es un infarto, pienso inmediatamente. Y sucederme ahora, en éste preciso momento, manejando en este horrendo tráfico.  Miro hacia  mi derecha y la rubia me contempla con cara de preocupación, casi de espanto. Intento conducir el auto hacia la senda de emergencia, todo comienza a ponerse oscuro, pierdo la visión por unos instantes. Veo escenas de mi vida, en forma de película blanco y negro. Es el fin, es la muerte. Me rodea solo una agobiante  penumbra. No veo la mencionada luz al final del túnel, solo unas aspas dando vueltas sobre mi cabeza. Imagino que es el helicóptero de la Unidad de Rescate. Es posible que me salven. Vuelvo a sentir el agudo dolor el costado izquierdo, tan fuerte que me corta la respiración. Oigo una voz lejana y veo una sombra que se mueve a mi lado. Presto atención a lo que dice, − ¿Quién, quién?− creo escuchar que me preguntan − ¿Quién?− Supongo que son las preguntas de los socorristas o las del Juicio Final. Y de nuevo regresa el dolor profundo, lacerante, me crujen las costillas. Logro abrir un poco los ojos y… despierto. Las aspas dando vueltas son las de un ventilador de techo. El dolor es el codo de Rebeca clavándoseme en mi costado y la voz es la suya, que me pregunta, − ¿Quién? ¿Quién es Cristina Miguelito, quién es Cristina?− Has repetido su nombre varias veces.
No son las doce del mediodía, ni conduzco mi auto por el Palmetto. Son las cuatro y media de la mañana. Estoy en perfecto estado de salud, en mi cuarto, incorporado en mi cama y a mi lado Rebeca inquisidora repite, − ¿Quien es Cristina? Y yo le contesto, –Cristina es una negra vieja del central Mercedes, con la que acabo de tener una terrible pesadilla. Y me recuesto a mi almohada para pensar en Cristina, la negra vieja, porque los buenos sueños hay que afianzarlos mentalmente.    

Tuesday, June 27, 2017

Diálogo con Caín.


Durante los preparativos para filmar La Ciudad Perdida, “The Lost City” el actor cubanoamericano Andy García, visitó a Guillermo Cabrera Infante en su apartamento en Londres. El escritor cubano exiliado había escrito el guión para la película y era necesario coordinar y ajustar algunos diálogos. Conversar con Cabrera Infante, cuenta Andy, era una exquisitez. Los encuentros se convertían en interesantes charlas, Andy escuchaba atento a su interlocutor, éste contaba anécdotas mientras disfrutaba del aroma de un excelente puro. El apartamento estaba lleno de estantes y estos llenos de libros.   

 
Diálogo con Caín.
− ¿Maestro, usted ha leído todos esos libros? − preguntó Andy una tarde con curiosidad.
Guillermo, hizo una pausa, tomó una larga bocanada de humo de su habano, la fue dejando escapar lentamente hasta formar una inmensa nube sobre sus cabezas y contestó.   
− Si todos, aunque algunos los he leído solamente una vez.