Tuesday, July 3, 2018

El registro.



El jueves 29 de mayo de 1963 en horas de la tarde tocaron a la puerta de nuestra casa en la finca La Esperanza. Yo había regresado del colegio y me cambiaba de ropa cuando escuché la voz de mi madre y se me antojó nerviosa. – Sí, pueden pasar.− le escuché decir y salí del cuarto para ver qué pasaba, justo en el momento que cuatro hombres armados traspasaban el umbral de la puerta. Reconocí a dos vecinos del central Mercedes, Jesús Pino (Pinito) y Arnaldo Vega (Nate) los otros dos eran dos orientales miembros del Ejército Revolucionario. La razón de la inesperada visita era realizar un registro en nuestro hogar. Sin orden judicial, sin más derechos que el que les otorgaba el naciente totalitarismo gubernamental y el hecho que mi padre, José Miguel Grillo no era fidelista. Los dos soldados hicieron guardia, mientras Pinito y Nate viraron la casa patas arriba. No encontraron nada subversivo, nada incriminatorio. Solo encontraron el ajuar de boda de mi hermana y el acaparamiento que, conocedora de los tiempos que se avecinaban, mantenía Carmita. Fueron tan minuciosos, que llegaron a perforar el celofán de la tapa de una caja de talco, “porque allí se podían esconder balas.” Se llevaron dos cosas, un pantalón de montar a caballo de mi padre, porque era color caqui, el color que usaba el ejército de Batista, aun conociendo ambos que mi padre jamás perteneció al ejército y una escopeta de caza calibre 16 de dos cañones. Casi al final del registro se les unió otro vecino del central, Felipe Álvarez (Felipito). Ninguno de los dos artículos fueron jamás devueltos. Felipito se quedó con la escopeta gracias a la impunidad que disfrutaba por ser simpatizante y colaborador del régimen castrista.

Han pasado cincuenta y cinco años de aquel hecho que quedo grabado en la memoria del niño que fui. Si algo me satisface es haber logrado con esfuerzo recuperar replicas de muchas de las cosas que les fueron tan injustamente robadas a mi familia, a mi padre. Quizás por eso contemple hoy una finca ganadera, un ato de ganado Cebú, un tractor Ford del año 1953, un yugo de bueyes, o esta escopeta de dos cañones que acabo de recibir ayer, como trofeos. Todas en conjunto son un triunfo sobre la maldad y la injusticia.


No sé qué fue de la vida de Nate y de Pinito. Nunca les desee mal, nunca les desee la miseria que estoy seguro ayudaron a instaurar y también sufrieron. No lo hago porque sería deseársela también a muchos familiares y amigos que no se la merecen. Ellos tuvieron lo que tenían que tener, otros no. Felipito es otra historia. Dos cosas buenas hizo en su vida: una bellísima hija, la China compañera mía de la escuela primaria que admiré y con la que asistí muchas veces al cine del central, y morirse.

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