Friday, December 23, 2016

Sembrar frijoles.




Deje caer tres o cuatro granos en el fondo del surco, solo tres o cuatro granos, si dejas caer más y nacen muchas plantas se afecta la polinización. Con el pie derecho échele tierra encima y con el pie izquierdo termine de cubrirlos, de medio paso y repita la operación.

Aún recuerdo las precisas instrucciones de como sembrar frijoles, que me dio mi padre aquella luminosa mañana en la finca La Esperanza.

José Miguel Grillo Martin le imponía un enorme peso a sus órdenes al tratarme de usted. 
− ¿Entendió?
− Si, entendí − respondí y repetí verbal y físicamente la operación, para quitarme al profesor de encima.
− Cuando se acaben las semillas de la mochila, en aquel saco hay más − y señaló un enorme saco a la sombra de un almácigo. Y agregó.  −Yo sembraré al otro lado del campo de maíz y a las doce regresaré para almorzar.

El campo recién arado tenía aproximadamente una hectárea. El roció de la mañana brillaba sobre la fértil tierra colorada y comenzaba a evaporarse con los primeros rayos del sol. El primer surco me pareció un paseo, el segundo se me hizo más largo y en el tercero comenzó mi calvario. La mochila, o jolongo, una bolsa pequeña donde se cargaban las semillas, confeccionada de saco de yute, con una tira larga para colgarla del hombro, se me incrustaba en el cuello, produciéndome una incesante picazón. El Sol se había despegado del horizonte y sus rayos me producían las primeras gotas de sudor. Las botas se habían impregnado de la húmeda y pegajosa tierra colorada y pesaban una tonelada. Perdí la cuenta de las horas y los surcos. Levanté la mirada y miré al Sol por unos instantes, estaba alto, intenso, cuando bajé la mirada no vi surcos ni tierra, un danza de animales salvajes, como salidos de una película se movían a mi alrededor en un espejismo digno de un naufrago. En la lejanía, sobre el campo de maíz, divisé la figura difusa de mi padre, ágil, incansable, sembrando a la velocidad de una maquina. Recobré el aliento y no quise ser menos que él. Di medio paso y entre mis sudados y cansados dedos se me escaparon una, dos, tres, seis, ocho, un chorrito de negras semillas, con el pie derecho las cubrí y con el izquierdo termine la operación, medio paso y otro chorro de semillas, pie derecho, pie izquierdo y medio paso…

No recuerdo cuando ni que almorzamos. Más agobiante aún fue la faena de la tarde. El Sol me aperreaba la espalda y el sudor me ardía en los ojos. Maldije la hora en que me brinde para ayudar a mi padre. La mochila y las piernas pesaban más que la vergüenza y las instrucciones. Un chorro de semillas, pie derecho, izquierdo, medio paso, y al carajo. Solo pensaba en terminar y no regresar jamás a aquél campo. El viejo Grillo terminó su parcela, vino y me ayudó a terminar la mía. De regreso a lomo de caballo, oí a mi padre agradecerme el esfuerzo y la ayuda.


Una semana después mi nombre en el tono fuerte de su voz, hizo temblar los cimientos de la casa. Algo andaba mal, muy mal, y yo no sabía qué.  

−Vístase y venga conmigo inmediatamente.

Supe que nos encaminábamos hacia las parcelas de cultivo. Desde la altura del caballo, escapé mentalmente fijando la vista en el suelo, la yerba pasaba como una ondulante alfombra verde bajo nosotros. El viaje fue en total silencio, armonizado solo por los cascos del caballo sobre el suelo y los bellos sonidos naturales que emite el campo cubano. Algo andaba mal, muy mal y yo no sabía qué.

−Desmóntese. Hoy usted va a aprender que cuando yo le digo algo es por una razón.

Me desmonté del caballo y me quedé parado al borde del campo donde una semana antes había realizado mi primera siembra de frijoles. Las semillas habían germinado.  

− Cuente cuantas posturas hay en esos surcos.

Titubeé por unos segundos, intentando prolongar el desenlace final, pero la voz apremiante del viejo Miguel volvió a repetir.

 − Cuente cuantas posturas hay en esos surcos.

Comencé a contar, una, dos, tres… Seis, diez, doce… En algunos plantones conté hasta veinte posturas.

− ¿Recuerdas cuantas semilla te dije que sembraras?

− Si.

− ¿Cuántas?

− Tres o cuatro.

− ¡Bien! Pues ahora empiece por el primer surco, plantón por plantón, arranque con mucho cuidado el exceso de posturas y deje solo cuatro en cada grupo – lo dijo sin gritar, sin grandes aspavientos, con el poder de la razón y la palabra y se marchó.

Lo vi alejarse, cuando viejo y bestia eran un punto en la lejanía, o la miasma cosa en mi sentimiento, me dejé caer boca arriba entre dos surcos, miré al cielo, un desfile de presurosas nubes blancas sobre un profundo fondo azul parecían huir de mi tragedia. Tuve ganas de gritar, llorar, patear, pero me contuve, recordé las instrucciones de mi Padre y supe que el único culpable había sido yo. Allí me pasé dos días consecutivos, en cuatro patas, gateando de surco en surco, eliminando las plantas sobrantes hasta dejar las cuatro requeridas.

Han pasado más de cincuenta años desde aquella luminosa mañana en la finca La Esperanza. ¡Más de medio siglo! Aun conservo el recuerdo, la lección aprendida y la costumbre de apartar uno a uno los granos del caldo en cada potaje de frijoles negros que me como.    

Monday, November 21, 2016

Un mostro llamado Tom Jones.




Good morning world!


Es sábado, algo que lamentablemente ocurre solamente cada siete días. Abro feisbú y me encuentro con esta joya. Me hace recordar un compañero de secundaria en Manguito*. Era una suerte de enciclopedia musical en forma de negrito flaco y alto. Han pasado 46 años, no recuerdo su nombre, ni en qué pueblo aledaño vivía, pero recuerdo que le hacíamos coro para oírle hablar de música.

Su padre, marino mercante, tras largas ausencias, regresaba cargado de información y artículos del mundo real, nada que ver con aquel Macondo revolucionario, saturado de consignas y maquillado de tierra colorada que sufríamos. Nunca olvidaré que por él conocí una grabadora. Oír nuestras voces reproducidas por aquel artefacto, era algo alucinante para aquel bando de guajiros habitantes de dos mundos más allá del tercero. Oír música, vedada en los medios oficiales, era una experiencia surrealista. Un día, el amigo musicólogo se apareció con la grabadora y una cinta. – Se llama Tom Jones y el tipo es un mostro* – Nos dijo, y apretó una tecla.

Años después en Madrid pude seguir la carrera de aquel magnifico interprete y pagar lo que representaba para la delgadez de mi bolsillo una pequeña fortuna por un LP. She’s a Lady - Green, Green Grass of Home – Delilah -  It’s not Unusual, pasaron a formar parte del ambiente sonoro de aquel pequeño piso del barrio de Vallecas, al punto que la vieja Carmita una mañana,  cariñosamente, me prometió hacer el tocadiscos trizas contra el piso si no ponía algo de Joseito Fernández o Abelardo Barroso…  

Tom Jones ha envejecido elegantemente. Su potente voz ha alcanzado matices graves con los años. Abro feisbú y me encuentro con esta joya. Es sábado algo que lamentablemente ocurre solo cada siete días. Más lamentable aún, no logro acordar el nombre de aquel amigo de secundaria que nos enseñó que detrás de la cortina de bagazo y cesura existía un tipo, un mostro llamado Tom Jones.



*Manguito. Pueblo en la provincia de Matanzas, Cuba.
*Mostro. Nombre dado por los cubanos a alguien que sobresale en alguna actividad.

Wednesday, November 2, 2016

Matador de culebras.


La vio moverse en la oscuridad, entre los geranios y las rosas, enredada en el troco del Hibiscus, negra, brillando a la luz de la luna. Un escalofrió recorrió su cuerpo. Le tenía terror a los reptiles, pero estaba preparado. Alzó el machete y con la fuerza que produce el miedo descargó una y otra vez la filosa y acerada hoja contra su alargado cuerpo. Junto a un picadillo de siemprevivas, margaritas y malangas la dejó hecha pedazos. A la mañana siguiente su cuerpo inerte estaba aún allí…  ¡Ay Pepe mi cuñado! Ya compré en Home Depot una manguera nueva para el jardín.




Sunday, October 30, 2016

Vivir, lo que se llama vivir...


Foto cortecia de Reina Trucchio Williams.





Cuando has consumido y disfrutado seis décadas de vida. Cuando comprendes que una tarde charlando con tus primos, sobre las ruinas de un país y de lo que un día fueron los cimientos de la casa de tus abuelos en una remota finca de la provincia de Matanzas, tiene más valor y te llega más hondo que una charla con el presidente de un país.

Cuando beber el agua fresca de un arroyo te satisface más que beber el mejor whisky en la mejor barra del mejor bar del mejor hotel de New York o Madrid.

Cuando una complicidad con tus tres hijos varones en una paradisiaca playa caribeña te demuestra que son, además de tus hijos, tus mejores amigos.

Cuando despides a tu única hija en un aeropuerto, con una mezcla de orgullo y miedo porque ha decidido libremente hacer su vida por su cuenta.

Cuando has llorado de emoción ante el logro de un hijo, o de dolor en el sepelio de tus más queridos familiares o amigos.

Cuando la foto de una nieta te extrémese el alma y, por esas travesuras del ADN, ves en su labios los labios de tu madre... Es cuando puedes decir orgullosamente: creo que he vivido, creo que he vivido feliz.  
Mariah Alexandra Grillo, hace apenas cuatro años que llegaste a este mundo, mi mundo, tan distinto al que te tocará vivir, pero en tu fisionomía revive Carmen Morales, mi madre, y un tú carácter José Miguel Grillo, mi padre. Chiquitica, tú serás tú y tus circunstancias. Quizás nunca te sentarás sobre las ruinas de los cimientos de mi casa a charlar con tus primos, porque todas las vivencias son distintas. Pero tengo la seguridad que no te faltará en su momento el agradecimiento por la educación y el amor que recibes hoy. Yo te observo y repaso instintivamente un poema que Salomé Ureña le dedicara a su hijo.   
 
 Cuando sacude su infantil cabeza
 el pensamiento que le infunde brío,
 estalla en bendiciones mi terneza
 y digo al porvenir: ¡Te la confío!
 
Tú no lo sabes aún, pero eres la más solida prueba de que he vivido. Y vivir, lo que se llama vivir…




Tuesday, October 4, 2016

Pero si está la bandera….


Pero si está la bandera….

Con esta frase comienza el segundo párrafo de un poema que José Martí escribió en relación a un evento de baile en el que actuaba una bailarina española. La musa para escribir “El alma trémula y sola” le llegó a Martí una noche de 1890 en el Teatro El Edén Musee de New York viendo bailar a Carolina Otero.

El sentimiento que agobió a Martí aquella noche es fácil de comprender. El dolor por el país, por la patria perdida, le impedía al ciudadano, al poeta, al hombre, entrar a un recinto adornado con la bandera que representaba al opresor. No era una cuestión de odio, era honor, era vergüenza, era dignidad.

Un siglo y cuarto después el mismo país vive bajo una dictadura, no menos aberrante por ser, esta vez, cubanos sus dirigentes. En los últimos años soplan vientos de reconciliación, Muchos artistas residentes en la Isla viajan a actuar a Estados Unidos, a Miami en particular. Soy solidario con ellos, asisto a sus actuaciones y coopero con muchos eventos porque entiendo que son tan victimas o más que los que no vivimos en Cuba. Vivir en Cuba no significa simpatizar con el régimen. Aunque si hay algunos que simpatizan y cooperan, las pruebas están ahí, fáciles de obtener en youtube, en la internet.

El Flamingo Theater Bar aquí en Miami, anuncia próximamente una actuación de Candido Fabré, un cantante cubano a quien hemos visto innumerables veces cantarle a Fidel y a Raúl, más que cantarle arrullarlos con elogios y pleitesías. Candido está en todo su derecho a ser cándido con los despotas. Como es mi derecho no asistir a un evento donde se presente él o ninguno de los que adoren a quienes yo considero culpables de la tragedia de una nación. No participo en ningún tipo de acto contra su presencia aquí, esos actos me parecen abominables. Pero no señor Fabré, mi dinero me lo gasto con gusto disfrutando de un artista cubano local que tiene el alma trémula y sola y a sus espaldas la carga y la dignidad de vivir alejado de su tierra y de su gente por culpa de aquellos a quienes usted les canta las mañanitas.

No es cuestión de odio. Es por honor, por vergüenza, por dignidad, que yo no puedo entrar.


Han hecho bien en quitar
El banderón de la acera;
Porque sin está la bandera,
No sé, yo no puedo entrar.

Tuesday, September 27, 2016

El envenenamiento de Pupú.


− ¡Se enveneno Pupú, se envenenó Pupú! - Gritó Mirta Corredera. Su voz chillona retumbó en el batey del Central Mercedes, penetró por las puertas, ventanas y hendijas de las viejas casas de madera, descascarando la reseca pintura y espabilando el olvido colgado de las telarañas desde los tiempos del Machadato. − ¡Se envenenó Pupú, se envenenó Pupú! - Gritaba mientras corría de un lado a otro, llevándose una mano a la desgreñada cabellera, mientras que con la otra, sujetaba un mugriento delantal de cocina a la altura del pecho. – Yo sabía que ese muchacho iba a cometer una barbaridad. - Dijo mi madre sin abandonar su faena hogareña. Yo di un salto, dejé a un lado mi tarea de quinto grado y me calcé un par de tenis a toda prisa. 

Los problemas matrimoniales de Gilberto Crespo y Cira Grillo Cruz, comenzaron en el noviazgo, mucho antes de que Cira, ya casada, aceptara montar en el camión de volteo color rojo marca Chevrolet del año 1953 de Rafael Martínez. El viaje de Colón a Mercedes, incluyó una escala entre verdes y apacibles cañaverales. Dentro de la apretada y calurosa cabina, los cuerpos sudorosos y desnudos de Cira y Rafael se unieron en una danza lujuriosa, a ratos violenta, a ratos pausada, que empañó los vidrios y trucó los relojes.

Gilberto Crespo a quien todos apodaban Pupú, se acercaba a su cuarta década de vida, era un hombre fornido, de recortada estatura, velludo como un oso, de incipiente calvicie, honesto y trabajador. Con la ayuda de una de sus hermanas como mensajera, enamoró a Cira, ella desprovista de opciones, aceptó. Él pidió permiso a los padres de la muchacha para visitarla. Cira era una guajirita delgada de apariencia tímida, mirada escurridiza y algo introvertida. Dos veces por semana, después de una larga jornada de trabajo, hacía el recorrido a pie, desde el Central Mercedes hasta la lejana casita de campo de su novia. Dos sillones de madera colocados en una esquina de la diminuta sala, fueron testigos de aquel noviazgo. Nada más llegar Pupú, recostaba arrobado la cabeza en el hombro de Cira, y a los pocos minutos se quedaba profundamente dormido. Sus ronquidos, imperceptibles al principio, iban ganando sonoridad, hasta convertirse en un estruendo insoportable, que hacía parpadear la luz de los quinqués y azoraba las gallinas dormidas desde temprano en las ramas de los frondosos atejes. Cira no solo soportaba aquel desafinado concierto, sino que cuidadosamente para no despertarlo, se cubría el hombro con una toallita, para que la baba de su novio no le empapara la pulcra blusa. Pupú pasó más tiempo en los brazos de Morfeo que en los de su amada.

Con sus propias manos, construyó una pequeña casa, la amuebló con tanto entusiasmo como mal gusto. Con una sencilla ceremonia celebraron la boda. Pupú era feliz, Cira no. Eran la comidilla del pueblo, según las malas, las buenas y las peores lenguas, Pupú era rudimentario en el arte de hacer el amor y como las desgracias no andan solas, era además, eyaculador precoz. Aquel primer viaje en el camión de Rafael fue el catalizador para una desgracia. Cansada de viajar a Colón varias veces por semana a encontrarse con su amante, Cira optó por quedarse en casa, donde ya era frecuente ver aparcado el camión rojo de Rafael.

Cuca, la vecina, parapetada detrás de sus espejuelos de marco oscuro y ventanas entreabiertas, con el corazón acelerado, escuchaba casi todas las tardes el festín de los amantes, - Grita como si la estuviesen matando. -Le comentaba a un grupo de vecinas chismosas que insistían en conocer los pormenores de aquellos encuentros.

− ¡Es un gran amigo de la familia! Contestaba Pupú, cuando algún jodedor del pueblo le preguntaba maliciosamente por aquellas frecuentes visitas.

– Y tú, un perfecto tarrú. - Comentaban ellos a su espalda. Cira no logró, o no quiso soportarlo más y lo abandonó.

Era frecuente verlo en el barrio, de casa en casa, llorando como un niño, contando su infortunio y rogando a los vecinos para que intercedieran para que ella regresara a casa. Cira no solo se negó a regresar, le confesó a su mejor amiga detalles íntimos de aquel idilio, la gran diferencia entre su marido y su amante. − Con Rafael he aprendido para que me parieron. Dijo huérfana ya de pudor. Cambio su semblante, su carácter y hasta el modo de caminar, era, sin lugar a dudas, inmensamente feliz.

− Corran, corran-seguía gritando Mirta. Exhausto llegué al portal de la casa donde ya se agrupaba un gran número de vecinos. En sus rostros, en la conversación solemne y en los susurros se adivinaba la pesadumbre de la muerte. Empujado por la curiosidad, atravesé el umbral y me dirigí al grupo que dentro del cuarto rodeaba la cama. Asomé la cabeza entre los allí reunidos y la brisa nocturna que entraba por la ventana trajo hasta mí un horrendo hedor a vómito y mierda. El cuarto presentaba un estado lamentable, sobre la rustica mesita de noche, un cenicero rebosado de colillas anunciaba una marca de cerveza ya desaparecida. Las manchadas cortinas, confeccionadas con sacos de harina, se mecían como espantadas de aquella nube fétida. Un calendario, colgado de un oxidado clavo, mostraba la fecha, martes 22 de marzo de 1966. De un tubo de metal, atado con alambres a las vigas del techo, colgaban en desarraigo las pocas prendas de vestir pertenecientes a Pupú. Desde un portarretrato enmarcado en calamina, una foto de Cira, lozana, joven y sonriente, era mudo testigo de aquella escena. Sobre la cama de estrujadas y percudidas sabanas, yacía el cuerpo inerte de Pupú, embarrado en una sustancia viscosa devenida de sus propios intestinos. Rebosados hasta la fina franja azul del borde superior, dos bacinillas de esmalte blanco obstruían el acceso al lateral de la cama.

Fueron necesarios seis hombres para levantar aquel desvanecido cuerpo y trasladarlo, a intervalos, del cuarto al comedor, del comedor a la sala, de la sala al portal y del portal al auto de alquiler que esperaba en el oscuro callejón. A duras penas lograron introducirlo en el asiento posterior. Casi en puntica de pies yo observaba por la ventana del auto el cuerpo inerte tirado a la larga. Lo vi abrir un ojo, abrir el otro, sacar el brazo derecho que le había quedado doblado bajo el peso del cuerpo. Aquella posición inicial era muy incómoda para dar el viaje de 15 kilómetros hasta Colón. − ¡Está vivo, está vivo!- Grité a todo pulmón. Después de proferir un: − ¡Ay María Santísima! Mirta Corredera sufrió un desmayo, víctima de la desnutrición, más que de los nervios.

El auto partió, veloz, dejando la multitud envuelta en una nube de polvo, sombras nocturnas, esperanzas y conjeturas.

Las investigaciones de los médicos y las realizadas en el lugar de los hechos por amigos y vecinos, corroboraron lo que muchos sospechaban, todo había sido un simulacro. Un purgante de Palma Christi y un leve enjuague bucal con mata rata, fue lo que utilizó Gilberto Crespo para atentar contra su vida. Esa misma noche, Pupú fue dado de alta del Hospital de Colón y regresó a casa. Cira jamás regresó.



 


Thursday, September 22, 2016

Desayuno.


Las veo avanzar lentamente por el pasillo del restaurante. Cada una carga en sus manos el peso de una bandeja con el desayuno y sobre sus hombros, sobre sus cuerpos, el implacable peso de al menos ocho décadas de vida. Las cabelleras blancas, la piel arrugada, los ojos marchitos de tanto mirar, pero en sus labios, en sus mustios labios, dos diáfanas sonrisas.  Paso a paso llegan hasta la mesa continua a la mía, con dificultad, depositan sus respectivas bandejas en un lento y tembloroso ritual. Cada gesto, cada movimiento aparenta ser un sacrificio y un triunfo al impedimento que la avanzada edad les provoca.  Se sientan a la mesa, y suspiran exhaustas al unísono.
Me miran y escucho un “good morning” a dúo, que devuelvo con gentileza. Extienden sus brazos sobre la mesa, se toman de las manos, inclinan la cabeza, cierran los ojos y le rezan a su Dios. Le rezan a un Dios sin intermediarios, sin un listo de por medio capaz de sacarle provecho a una fe sincera. Son dos ancianas genuinas representantes de una especie camino a la extinción, algo que aun se puede observar, campo adentro en “Heartland Florida.”  Las miro y las admiro en silencio. Me recuerdan a mi madre, a mis tías. Me conmueve la escena. Me levanto de mi mesa he terminado mi desayuno. Me acerco a ellas, con ternura les regalo mi mejor sonrisa y les digo con mucho respeto,  Ladies, God bless you both and God bless América. Salgo del restaurante pensando, imaginando,  cuanta historia, cuanta vida acumulada en estas dos damas. Familia, amigos, amores, porque ellas un día también fueron jóvenes y bellas.           

Sunday, June 19, 2016

Dia del padre.

Viejo, hoy es el día. Ese día que han escogido para celebrar, agasajar y felicitar a los padres. Desperté pensando en ti. Yo siempre pienso en ti, sea o no sea el día de los padres. Muchas cosas han cambiado desde aquel 4 de noviembre del año 83 del siglo pasado en que se apagó tu vida entre las sabanas blancas de una cama de Hospital en Lake Worth. Fue una dura batalla contra el cáncer. Te venció, pero lo venciste, él también murió contigo.
 
Pero no es eso lo que quiero recordar hoy. Te quiero recordar alegre, risueño, vivo. Te quiero recordar montado a caballo, dándole vueltas en tu mente a una idea, a un negocio, a la forma de progresar y prosperar. Quiero recordar tu tenacidad, tu gran sentido del humor. Tu audacia, montándote por primera vez en un avión, con 62 años, para salvar mí futuro. Coño viejo, yo tenía que salir al menos regular, porque malo no me diste ejemplo ni oportunidad para que saliera. 
Te quiero recordar en familia porque en familia vamos a estar dentro de un rato. Tu hijo tiene hijos. Tres más, además de aquel pequeñito que alcanzaste a conocer. Esos hijos a su vez  comienzan a tener hijos. Por ahí anda una pequeñita de tez morena y firmes decisiones. ¡Si la vieras! Tiene el ADN Grillo cifrado en el carácter.

Quiero recordar además de tu tenacidad tu gran sentido del humor. Siempre me rio de la forma que contabas la anécdota del día que te atropellaron en Madrid. Intentaste cruzar la Avenida de la Albufera para reunirte con mi madre que compraba en una tienda. Viste un espacio, una oportunidad detrás de lo que creíste era último coche y te apresuraste a cruzar. No te cercioraste que detrás de de aquel coche venia un motorista. Sentiste el impacto y cuando abriste los ojos tenias un enorme molote de gente a tu alrededor. Una moto en el suelo aun girándole las gomas y un señor con un casco que te ayudaba a incorporarte, te alcanzaba las gafas y te preguntaba, − ¿Se dio golpe señor? Estabas de pie, no te había pasado  nada.  Al fin encontraste a la vieja, comprando distraída dentro de la tienda.
– ¿Oíste Miguel? ¡Arrollaron a uno allá afuera!
−Dame tu mano Carmita− Le dijiste, tomándole la mano y llevándosela a tu cabeza.
− ¿Y ese chichón? 
−Nada, tonta, que el arrollado fui yo…

Viejo hoy es el día. Ese día que han escogido para celebrar, agasajar y felicitar a los padres. Desperté pensando en ti. Yo siempre pienso en ti, sea o no sea día de los padres. No puedo abrasarte, no puedo besarte, pero puedo escribir esta nota llena de agradecimiento, respeto, admiración y orgullo. ¡Felicidades José Miguel Grillo Martin! ¡Felicidades mi viejo!

Wednesday, May 25, 2016

Scarramuza.


Se puede hablar de “6 de Agosto” sin hablar de él. El olvido, el ostracismo, son herramientas útililes de las dictaduras. Los jóvenes no saben, ni les interesa quien fue. Pero no podemos hablar del Central Mercedes, sin hablar de Scaramuzza.



Luis Cayetano Scaramuzza Pandini nació en Buenos Aires, Agentina, el 22 de enero de 1901. Llegó a Cuba en 1923 junto a sus padres de origen italiano y se radicaron en el central Jaronú, provincia de Camagüey. Joven de buen humor y talento, llegó a ser un hombre de una dimensión científica muy notable.

No existe otra personalidad de las ciencias agrícolas en Cuba que haya llevado, personalmente, el conocimiento de la entomología a tantos países: Estados Unidos, Canadá, México, Colombia, Venezuela, Guyana Inglesa, Perú, Brasil, Argentina, Honduras, Trinidad, Antigua, Hawai, India.

Después de la introducción de Rodalia cardinalis (1920) y Eretmocerus serius, la avispita de la India (1930), el acontecimiento más relevante del control biológico fue la primera campaña desarrollada por Scaramuzza con la mosca cubana (Lixophaga diatraeae Towns) control nativo del bórer de la caña de azúcar Diatraea saccharalis Fab.
Después de su biología de Lixophaga emprende una carrera vertiginosa para la búsqueda de una solución al control del bórer como plaga dañina. Comienza sus primeros viajes a la Florida y al inicio de la década contrae matrimonio con María Magdalena (1932), y cuando llega al central Mercedes lo hace en compañía de sus pequeños hijos Luis Francisco y Magdalena Dolores.
 
La convulsa década del treinta no lo desvía de sus objetivos científicos: participa en la introducción de Paratheresia y demuestra su solidez de conocimientos.

Después de su viaje por el Amazonas, su participación en el IV Congreso del ISSCT en Louisiana y la introducci ón de Metagonistylum, nos encontramos un Scaramuzza que ha terminado la etapa de consolidación de su brillante carrera, y es líder de la entomología aplicada a la lucha contra el bórer o perforador.

Finalmente participa en la introducción de Metagonistylum en la Guyana Inglesa. A solicitud de Myers asiste al IV Congreso del ISSCT y alcanza la presidencia de la Sección de Agricultura en la XIII Conferencia del ATAC de 1939.

En la primavera de 1945 la Compañía Atlántica del Golfo lo nombró su entomólogo, procediendo a organizar una intensa campaña de control biológico del bórer en los centrales Conchita y Mercedes. Para ello tuvo el auxilio de Jorge Fernández, maestro agrícola de la Estación Experimental Agrícola y comisionado por el ministro de Agricultura, que mostró interés por esta iniciativa privada.

En octubre de 1945 Pandini se hizo protagonista de un hecho sin precedentes en la historia de la sanidad vegetal en Cuba: la apertura del primer laboratorio de control biológico en el batey del central Mercedes. El mérito de establecer y desarrollar una tecnología de reproducción de la mosca cubana lo llevó a planos internacionales.

Conocedor de cinco idiomas, español, inglés, portugués, francés e italiano. Pudo más fácilmente proveerse de una cultura universal que enriqueció con su fabulosa expedición de seis meses por los intrincados afluentes del río Amazonas en su búsqueda de material biológico exótico que aún se conserva como patrimonio en su casa del batey del central Mercedes. En la comunidad donde vivió quedan sus huellas, su casa y el laboratorio que en octubre de 1945 abrió sus puertas al mundo cañero de América continental y el Caribe.*

* Nota del autor.
En la comunidad donde vivió Scaramuzza, el central Mercedes, no queda reconocimiento alguno para este gran científico, ya no queda ni el central azucarrero.











 








 

Tomado de: SCARAMUZZA PANDINI: UNA PERSONALIDAD EN LA HISTORIA DE LA SANIDAD VEGETAL

Nilo Fernández Mariño




 




Tuesday, April 19, 2016

Acérquese para que aprenda



Uno de mis “hobbies” favoritos es la carpintería. De niño veía a mi padre laborar rusticas piezas de madera hasta convertirlas en muebles. El viejo Grillo no era carpintero, pero tenía una habilidad innata para realizar cualquier tipo de labor. Yo siempre intento parecerme a él. Es mi mejor tributo. No dibujo nada, una vez que tengo la idea, procedo a fabricarla. Recurrentemente llega a mi memoria una frase que le escuché muchas veces a mi padre. Frase de un valor incalculable y por la cual le estoy eternamente agradecido. No importaba lo peligroso del trabajo, o del equipo que estuviese operando, aquel viejo con la camisa empapada de sudor, empanizado en aserrín o tierra colorada, invariablemente detenía la faena pare decirme, “Venga, acérquese para que aprenda.” ¡Gracias por eso José Miguel Grillo!     
























   



Friday, April 1, 2016

El Ingenio.


Nunca olvido mi punto de partida. Siempre recuerdo que soy de allí, de un lugar donde una vez hubo un Ingenio. Y El Ingenio, de Manuel Moreno Fraginals es para mí una fiesta, la fiesta del regreso a mis orígenes. En los tres tomos que poseo, rescatados hace años de la biblioteca familiar por mi primo Pepe Grillo, encuentro la esencia de mis raíces. Es el mejor clásico cubano sobre la industria que forjó un país, la industria azucarera.

Nunca comienzo por el primer tomo. Invariablemente abro el segundo, por qué sé que allí, en la tercera página, bajo "contenido" encontraré la diminuta nota amarilla, escrita con diminutas letras azules, por mi primo Pepe en República Dominicana a finales del siglo pasado. En la pequeña nota, Pepe, citando a Fraginals, expone la razón del fracaso del sistema impuesto por Fidel Castro en Cuba.

 


La nota dice: "Ver página 11. Moreno Fraginals llama rebeldía pasiva la resistencia del esclavo a la opresión, fingiendo obedecer a la vez que hace mal o no hace el trabajo y rompiendo los instrumentos de producción. Moreno Fraginals define la actividad como ladinismo. Un siglo después (escribe mi primo) se repiten las manifestaciones en la población cubana como respuesta a la opresión de Castro."

Thursday, March 31, 2016

Crisis y papel.


Podemos decir que la crisis económica del 2008 quedo atrás.  Pero la mayoría de las medidas económicas que se tomaron para contrarrestarla aún perduran. Algunas de ellas, salidas de las prodigiosas mentes capitalistas que conocen la libre economía de mercado, son tan sutiles que resultan imperceptibles para el consumidor.
Por ejemplo, se le redujo el tamaño a una inmensa gama de productos básicos y en los restaurantes las porciones fueron víctimas de “encogimiento económico”. Productos de primera necesidad: jabones, pasta de diente, champú y un largo etcétera, perdieron onzas de peso y de volumen pero mantuvieron el precio. Hasta el papel higiénico fue víctima de esta medida. Las fábricas de este necesario producto aprobaron unánimemente rebajar 6.35 milímetros (1/4 de pulgada) al ancho de cada rollo de papel.

Para usted, para mí y para el resto de los habitantes de este planeta, bueno para el resto no, existen algunas etnias con distinta forma de asearse el orificio, este detalle pasó desapercibido, pero significó un ahorro de tres billones de toneladas de pulpa.
Créanme, no es mi intención hacer conciencia. Solo señalar un dato curioso. Seguro estoy que mis lectores van a hacer con este articulo lo mismo que con el papel sanitario.

Monday, March 28, 2016

Miriam, Gina y El Zorro.

Mi prima Miriam Morales Cardona, la doctora eres tú, así que no es necesario decirte que la memoria tiene episodios recesivos. Tiene que ser éste descanso mental, recorriendo paradisiacas islas del Caribe, viendo como a los europeos el Sol les tuesta el lomo como a un puerco asándose en puya, lo que me ha hecho recordar.
Lo cierto es que he recordado cosas. Cosas que tienen que ver contigo y con el eterno niño que todos somos, qué yo fui y aún soy. Lo primero que recordé fue un día de Reyes Magos, la sombra de la imposición y las escaseces se ceñía  sobre todos nosotros, pero tú te las agenciaste para aparecerte en mi casa con un regalo. Una maquinita, un carro, un pequeño automóvil de juguete que fue mi felicidad por muchos días.
Lo segundo fue una carta, una simple carta. Se transmitía por la televisión la serie El Zorro. Julito Martínez era el enmascarado héroe al que todos los muchachos queríamos parecernos. Yo soñaba con aparecerme en la casa del administrador de turno del Central Mercedes (6 de Agosto por aquellas fechas) y llevarme en el lomo de aquel blanco corcel a Caridad Pérez, su hija. Caridad, una trigueña de pelo largo y ojos almendrados, nos quitaba el sentido a mí y al resto de la manada de muchachitos con tanta imaginación como testosterona. Yo era invisible para Caridad. Ni montado en el brioso caballo de Julito, vestido de negro y con un antifaz se hubiese fijado en mí aquella bella niña.



Por la popularidad de la serie Aventuras, la televisión cubana ideó un concurso. Se trataba en escribir una composición sobre el medio ambiente, enviarla al canal y a los participantes les enviarían a vuelta de correo una foto autografiada de Gina Cabrera, una bella actriz cubana. Un tarde llegué a tú casa, te encontré introduciendo en un sobre tu participación en el concurso. Se trataba de una extensa y bien elaborada composición de dos páginas.
− ¿Quieres que te redacte una?
− ¡Si claro!
Tomaste lápiz y papel y redactaste una sencilla composición de un párrafo. Juntos fuimos a la oficina de correos y las enviamos con destino a los estudios de televisión en La Habana.
Unas semanas después salvé corriendo la distancia entre tu casa y la mía. Llegue con la foto en la mano y el corazón en la boca. − ¡Mira mi prima me llegó, me llegó!

Recuerdo perfectamente la foto. Era un “close up” en blanco y negro de la cara de la popular actriz. Con los dedos pulgar e índice de la mano derecha formaba una “L”. Con el pulgar se sostenía la babilla, por el lado de la cara el índice subía en dirección a la sien. Gina durmió conmigo muchas noches. Caridad se cortó el cabello y la olvide. 
Recuerdo también, meses después tu risa. Señalando que, a pesar de haber escrito la mejor composición, la única que no había recibido foto eras tú.
Quizás sea el relajamiento. Quizás sea este Scotch de 12 años. O el suave compás de las olas sobre la fina arena. Algo me ha hecho recordar y compartir.
Medio siglo después no dudo que te motivó a tener aquellos gestos conmigo. Los rasgos de buena voluntad son visibles en los seres humanos, inclusive para los inmaduros y nobles ojos de un niño. ¡Gracias mi prima!




Maternidad.


En la distancia la observo a través de los binoculares. Está alejada de la manada. Sola, o aparentemente sola. Intranquila. Vulva y ubre hinchadas. Menea la cola incesantemente, algo le molesta, le duele.
La observo con paciencia, sé que en algún momento me indicará la razón de su estado y revelará su secreto. Me acercó un poco más, poniendo con mi presencia presión psicológica. Se incrementa su intranquilidad. Entonces hace el gesto que yo esperaba. Deja de mirarme, y por unos segundos fija su vista en un punto lejano, emite un mugido corto, gutural y vuelve a mirarme con recelo, como queriendo decirme, no vayas allí. Es justamente lo que hago. Manejo mi Ranger con sumo cuidado, observando el terreno. Allí en el fondo de una cuneta de desagüe, escondido dentro de uno hierbajos, está la razón de su preocupación. Un bello becerro Black Angus recién nacido. Solamente tengo unos segundos para chequear su estado de salud y su sexo, pues ella se acerca agresivamente para defender su criatura.
Me alejo dejándole todo el espacio necesario. Lo huele y lo lame, asegurándose que el intruso no le hizo daño. Con el código secreto de comunicación que poseen las madres lo encomiará a incorporarse y alimentarse. Espero pacientemente hasta verlo amamantar, es la prueba de subsistencia que necesitaba. Desde mi celular escribo los datos, número de la vaca y sexo de la cría y los envío. También escribo esta nota. Soy un guajiro dichoso.

Wednesday, March 9, 2016

La búsqueda de un buen negocio.







Mi primera gestión empresarial, fue una suerte de cuentapropismo infantil. Una distribución de cítricos a domicilio. Recogí en un saco, todas las mandarinas que pude, de una hilera de matas que crecían frondosas en la cerca divisoria de un sitio o conuco propiedad de mi padre, situado en la finca La Esperanza de mi niñez. Las propuse y vendí puerta por puerta en mi barrio, una docena de casas de campo a lo largo de un polvoriento callejón en las afueras del Central Mercedes. Quizás por simpatía o seguramente por la pena de ver aquel esquelético chiquillo de siete u ocho años con un pesado saco a cuestas, lo cierto es que en una sola tarde las vendí todas. Llegué a casa contento y le informé a mi padre de lo bien que marchaba mi empresa. Le mostré la libreta donde apuntaba el nombre del cliente y la cantidad vendida. El dinero recaudado mi padre se ofreció a guardarlo bajo llave en su buró. Así lo hice. Me extraño su falta de entusiasmo, solo dijo algo así como “HUM” y siguió revisando papeles.

El negocio duró hasta que unos días más tarde en un segundo intento de distribución comprobé que nadie quería la mercancía. Cariñosas y llenas de elogios, una por una, mis clientas rechazaron una segunda entrega. Hasta que llegué a la puerta de Cuca, la viuda de Perico. Amable señora ella, pero portadora de firmes convicciones, adquiridas en los avatares de criar sola una familia.
 

− ¿Miguelito, tú has probado las mandarinas? - me dijo, con cara de poco marido. 
 

− ¡Si Cuca, están riquísimas! 


− A ver, cómete una.   


Metí la mano en el saco y extraje una, con destreza le quite la cascara (eran muy fáciles de pelar) y resuelto me introduje tres hollejos en la boca. − ¡Están deliciosas!− Le dije con la boca llena de jugo y los ojos llenos de lagrimas. Dentro de la boca se me formo una masa intragable y el paladar experimentaba la sensación de haber tomado un buche de acido de batería. Yo sabía el porqué aquellas matas tenían una cantidad increíble de frutas el año entero sin que nadie las tocara, pero no podía revelárselo a mi clientela. Cerré definitivamente el negocio. Lo más duro fue ver a mi padre retirar todo el dinero de la gaveta del buro, entregármelo con una estricta orden. Aquella tarde tuve que ir puerta por puerta con cara de huérfano, libreta en mano devolviéndolo.  




Mi segunda idea empresarial nació de un comentario que le escuche a mi tía Digna. Mi madre le había comprado una guayabera a mi padre y al mostrársela a mi tía, esta comentó admirada. − ¡Los botones son de hueso legítimo!− Allí mismo tuvieron que explicarme el proceso de elaboración de botones usando huesos como materia prima.
 
Lo que prosiguió fue una labor de hormiga, o más bien bibijagua. Le puse esfuerzo, alma corazón y ampollas y la convicción que no me pasaría como con las mandarinas. Con la pesada y rudimentaria carretilla de mi padre, daba viajes hasta el cementerio de los bueyes, un apartado potrero en la finca donde se soltaban los bueyes retirados del servicio, para que vivieran sus últimos años y finalmente murieran. Me fue fácil encontrar enormes osamentas de las cuales recolecté los mayores huesos. Después del colegio, comenzaba mi diario peregrinaje óseo. Di viaje tras viaje, hasta casi llenar un abandonado chiquero de cerdos en el fondo del patio de nuestra casa. Me salieron ampollas en los dedos, aun así continúe la labor, hasta que algún resentido anticapitalista puso a mi padre sobre aviso y el viejo descubrió el almacén.
 
− ¿Tu me puedes explicar qué locura es esta Miguelito?− Me preguntó mi padre, parado delante del panteón de todos los bueyes difuntos de la finca.
 
Le expliqué con lujo de detalles las características del negocio. Le pedí que me ayudase a conseguir un contacto, un comprador en la fábrica de botones en La Habana. Incluso le ofrecí ser mi socio. Mi viejo escuchó con la paciencia de un monje budista toda la idea. Declinó cordialmente mi ofrecimiento y me dio una larga lección sobre oferta y demanda, los dos elementales principios de la libre empresa. Se ofreció a ayudarme a devolver al potrero, utilizando un carretón grande, toda aquella carga fúnebre.
 
Hoy agradezco que nadie viera a José Miguel Grillo y a su hijo repartiendo huesos en la soledad de aquel potrero. Pero lo más importante, lo que siempre agradeceré, es que siempre me animó a no abandonar jamás la idea de seguir buscando un buen negocio.