En la distancia la
observo a través de los binoculares. Está alejada de la manada. Sola, o
aparentemente sola. Intranquila. Vulva y ubre hinchadas. Menea la cola
incesantemente, algo le molesta, le duele.
La observo con paciencia, sé que en
algún momento me indicará la razón de su estado y revelará su secreto. Me
acercó un poco más, poniendo con mi presencia presión psicológica. Se
incrementa su intranquilidad. Entonces hace el gesto que yo esperaba. Deja de
mirarme, y por unos segundos fija su vista en un punto lejano, emite un mugido
corto, gutural y vuelve a mirarme con recelo, como queriendo decirme, no vayas
allí. Es justamente lo que hago. Manejo mi Ranger con sumo cuidado, observando
el terreno. Allí en el fondo de una cuneta de desagüe, escondido dentro de uno
hierbajos, está la razón de su preocupación. Un bello becerro Black Angus recién nacido.
Solamente tengo unos segundos para chequear su estado de salud y su sexo, pues
ella se acerca agresivamente para defender su criatura.
Me alejo dejándole todo
el espacio necesario. Lo huele y lo lame, asegurándose que el intruso no le
hizo daño. Con el código secreto de comunicación que poseen las madres lo
encomiará a incorporarse y alimentarse. Espero pacientemente hasta verlo
amamantar, es la prueba de subsistencia que necesitaba. Desde mi celular
escribo los datos, número de la vaca y sexo de la cría y los envío. También
escribo esta nota. Soy un guajiro dichoso.
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