Tuesday, April 2, 2013

La mala memoria.


La mala memoria juega un importante papel en el quehacer diario, en algunos casos este desacierto mental repercute profundamente en la historia. Si buscamos hoy su definición en la red, encontramos lo siguiente: “La memoria (vocablo que deriva del latín memoria) es una facultad que le permite al ser humano retener y recordar hechos pasados”. “La palabra también permite denominar al recuerdo que se hace o al aviso que se da de algo que ya ha ocurrido, y a la exposición de hechos, datos o motivos que se refieren a una cuestión determinada”. “Por otra parte, la memoria es una disertación escrita o un estudio sobre alguna materia”.  “Otro de sus significados hace referencia a la vinculación de gastos realizados en una dependencia u operación comercial”.
La descripción no puede ser más acertada. Los cubanos en particular le debemos muchas tribulaciones a la poca, a la falta, o a la mala memoria. Podemos atestiguar que la mala memoria es la causante de muchos males que hemos padecido en los últimos 60 años. Un insignificante hecho de mala memoria termino teniendo una dramática repercusión en la historia cubana. El hecho estuvo vinculado a gastos realizados en una dependencia y a una operación comercial.  Para ser más exactos, el hecho ocurrió en Santiago de Cuba, el sábado 6 de noviembre de 1925, en horas de la mañana.
Don Fausto Zaldívar era propietario de unos almacenes de víveres en la ciudad de Santiago de Cuba. Vendía una gran variedad de productos al por mayor a dueños de bodegas, cafeterías, restaurantes, hoteles y farmacias. Su oferta era variada, incluía: arroz, frijoles, azúcar, sal, insumos para la alimentación de ganado, fertilizante y todo tipo de medicamentos. Era una especie de Sam Walton, y su almacén un Walmart criollo. Hombre de memoria prodigiosa, recordó aquel  hecho hasta el día de su muerte.
Uno de sus muchos clientes era un gallego emprendedor y serio nombrado Ángel Castro, hombre de pocas palabras, buena paga, propietario de una finca en Biran. Ángel realizaba una considerable compra el primer sábado de cada mes para surtir una pequeña bodega que poseía en Biran y para consumo en su hogar.
 
Ángel le recitaba al joven despachador una larga lista de productos que necesitaba, este la anotaba en una libreta. Mientras el dependiente preparaba el embarque, el cliente proseguía a efectuar otras diligencias en la ciudad. Pero aquel primer sábado de noviembre de 1925 al cliente de Biran le falló la memoria. ¡Qué pena! Si Ángel, te olvidaste de incluir en la lista la habitual caja de condones. Y el muchacho despachador, respetuoso y apenado, víctima del tabú de aquella época, no se atrevió a recordártela.  

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