En estos tiempos de elecciones y debates presidenciales se enervan las pasiones y se encienden los ánimos. Surge un debate político paralelo al presidencial. Puede ser a nivel de conversaciones familiares, intercambio de emails, o escritos en blogs y redes sociales como Facebook y Twitter. Twitter, por su limitación de caracteres obliga a la síntesis, a consolidar las ideas. Esto ha dado lugar a la creación de un lenguaje en ocasiones austero, medieval, donde las ideas no tienen mucho desarrollo. En otras redes el debate es más amplio y se logra descubrir la mentalidad de algunos participantes.
Hasta aquí no hay problemas, a no ser algún esporádico exabrupto de algunos huérfanos de palabras, que acuden al coñazo mediático en sustitución de la idea bien elaborada. Esto último, aunque lamentable no es peligroso. Lo que si se me antoja peligroso es una tendencia que veo crecer como la mala yerba. Se trata de un sentimiento (resentimiento) que ha estado surgiendo derivado creo de los debates presidenciales. No es nuevo, ha existido desde que el mundo es mundo. En ocasiones ha sido el factor promotor de grandes tragedias. Este estado de opinión da a entender que ser rico, lograr y poseer riqueza, es malo. No se analiza cómo fue esa riqueza obtenida, solo se critica al que tiene más, al que es rico. He escuchado acaloradas discusiones donde se acusa a los ricos de explotar, de robarles a los pobres. Incluso de pagar menos impuestos.
Las acusaciones son tales, que he querido hacer un análisis sobre esa “perversidad” en que se ha convertido el hecho de ser “rico”. Todo análisis tiene que ser objetivo y sobre todo sincero. Si por ser sincero voy a comenzar, necesito confesar que desde que yo era niño he querido ser rico. Si, lo confieso. Tener una buena casa, un buen auto, una cuenta de banco que no la brincara un chivo, disfrutar unas paradisiacas vacaciones, fueron siempre parte de mis anhelos. Miraba a los que habían logrado mucho con respeto y admiración. Así, comencé mi vida. Un temprano exilio me obligo a trabajar doce horas diarias desde los catorce años. Jamás mire a mis empleadores como explotadores. Aun hoy, les agradezco la oportunidad de empleo. Con tesón, trabajo, esfuerzo y riesgo en los negocios fui logrando muchos de los deseos, de los anhelos, de aquella temprana lista. No me considero rico, porque existen muchos niveles de riqueza. Digamos que me considero satisfecho con lo logrado. La satisfacción es mayor cuando descubro detalles tan simples como que mi señor padre nació en una casa con piso de tierra. Por su esfuerzo, yo nací en una con piso de mosaico cubano. Por el mío, mis hijos nacieron en una con piso de mármol. Señores no existe una persona en este mundo que logre con sus ideas socialistas o por resentimiento y envidia, hacerme creer a estas alturas que lo que hizo y logro mi padre, y lo que he hecho y logrado yo, está mal hecho o es icorrecto.
Trate de investigar cuanto me han quitado los ricos. Llegue a una conclusión. No me han quitado absolutamente nada. Los que si me han quitado y mucho, son los gobiernos. Casi siempre a través de impuestos. Impuestos que van a parar en ayuda a muchos que han hecho de la condición de ser pobres un gran negocio. Pobres que hacen la compra en el mercado con cupones alimentos, llevando en el cuello una gruesa cadena de oro, un fino reloj suizo en la muñeca, un Iphone en el bolsillo, y un flamante auto del año en el parqueo. Pobres fuertes y saludables que han descubierto que estar desempleados y procrear un gran número de hijos le da al gobierno la responsabilidad de mantenerlos a todos. Así, descubrimos que los candidatos que más votos logran son aquellos que más ayuda prometen. Esto a su vez, crea una sociedad con mentalidad de dependencia. Una dependencia a la larga incosteable, insostenible.
No perderé tiempo ni espacio en analizar si los ricos pagan menos impuestos que los pobres. Un vistazo rápido al volumen de dinero que paga una persona acaudalada por comprar un auto de lujo, por vivir en una mansión, o por concepto de nomina, no me deja ánimo para discutir estupideces.
Otra tendencia popular es culpar al gobierno de turno por la situación financiera personal. Si bien es cierto que algunas políticas gubernamentales le hacen daño a la economía, y por ende al individuo. También es cierto que muchas decisiones financieras personales son las verdaderas causantes de estas dificultades y catástrofes. Nadie obligó a nadie a utilizar tarjetas de crédito con intereses leoninos, para llenar armarios de ropa y zapatos que jamás usaran. Nadie los obligo a comprar o refinanciar hogares por sumas muy por encima de su valor real o posibilidades de pago. Nadie obliga a nadie a cambiar el economico y libre de deuda trasporte familiar, por un cero milla de lujo, que pierde el treinta por ciento del valor con solo asomar el parachoques en la esquina más cercana.
No culpemos al sistema por nuestros errores. Esta gran nación, esta sociedad completamente libre nos da la oportunidad única de conducir nuestros destinos de la forma que creamos conveniente. No culpemos al sistema de convertir el sueño americano en una pesadilla. Si de sueños se trata, les advierto algo: no dormirán tranquilos en sábana de seda, si solo te alcanza para comprar una de algodón. Y por favor no culpemos a los ricos.