Siempre he albergado dudas sobre el manejo
que el régimen de los hermanos Castro hace con el asunto del embargo o “bloqueo”.
Cada vez que una administración norteamericana da pasos concretos para suavizar
tenciones o normalizar relaciones, un exabrupto castrista da al traste con la
intención. Al ingenuo Carter le obsequiaron el Mariel, a Clinton (no tan
ingenuo) la crisis de los balseros y las avionetas de Hermanos al Rescate. Si
añadimos el esfuerzo en favor del diálogo que un sector de la comunidad ha hecho
desde 1978 y no ha rendido fruto, algo huele mal en esta ecuación.
Las nuevas medidas arancelarias que entrarán en efecto en septiembre demuestran un doble rasero en la política del régimen. Es inverosímil que un país bloqueado tome medidas que afecten la entrada de artículos, sobre todo de alimentos. El argumento de que esos productos van a parar a paladares y negocios privados se desmorona con la aplicación de altos impuestos y licencia a esos negocios y con la supuesta intención del régimen de promover los negocios por cuenta propia. Lo que el Estado no colecta en el aeropuerto (aduana) lo colecta en las cajas registradoras de los mencionados negocios.
Los miles de visitantes que arriban a los
aeropuertos semanalmente rompen el embargo con el contenido de sus equipajes,
con esta ley el gobierno castrista los penaliza. Mientras que a un pequeño
grupo llamado, Pastores por la Paz, que realiza viajes esporádicos y cuyo
aporte en términos económicos es insignificante, se les hace una enorme show
mediático. Quien no sienta el fétido hedor de la demagogia y la política detrás
de esta actitud padece de olfato selectivo. El show político continúa, no
importa que millones de cubanos sufran las consecuencias.
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