Idalina en el papel de angelito el dia de las Mercedes. |
−Murió
Ida.
La
noticia me llegó, mala, rotunda, aplastante.
−Te
aviso porque sé que la querías.
La
llamada fue en horas de la tarde de ayer y anoche soñé con ella, con Ida.
En
el sueño volvimos, juntos, amigos, vecinos, hermanos, inocentes y lozanos a
correr debajo de un copioso aguacero por el callejón de la finca La Esperanza,
el callejón de nuestra infancia.
Volvimos
a recolectar crisálidas para colocarlas en un enorme frasco de cristal y
observar su metamorfosis. Después desenroscamos la tapa y las dejamos en
libertad, para verlas convertidas ya en mariposas cubrir el jardín de
Marpacificos de su casa de un amarillo
intenso.
Realizamos
experimentos científicos con un cargamento de medicamentos viejos descubiertos
en la casita de desahogo de sus padres. Mezclas de pastillas y jarabes que en
nuestras infantiles mentes curarían las peores enfermedades.
Volvimos
a ser compañeros de colegio, estudiamos, completamos la tarea juntos.
Asistimos a un cumpleaños donde intentamos, con los ojos vendados, ponerle la
cola al burro Perico y destrozamos una piñatas a estacazos.
Fuimos
a la matinée del cine del central, el central Mercedes, y reímos a carcajadas
con una película de Cantinflas. Al final de la jornada la despedí en el portón
de hierro de mi patio, la vi atravesar ágil el callejón, la cálida brisa hacia
flotar y el sol del trópico sacaba destellos color oro a su cabellera rubia.
Se detuvo un instante a la entrada de su patio, giró, levantó la mano derecha y
me dijo adiós con una feliz sonrisa reflejada en su rostro. Una rara, una
imposible niebla a esa hora de la tarde la fue cubriendo lentamente hasta que
su diminuto cuerpo desapareció. Me quedé con la mano en alto diciendo adiós,
con la mirada perdida en la bruma.
Merodee un rato por mi patio sintiendo un hondo vacío y sin ganas de jugar. La voz de mi madre me sacó del letargo. - Ven Migue, es hora de bañarte. Entré cabizbajo en casa y me dirigí a mi cuarto, me senté en la cama y volví a escuchar la voz de Carmita desde la cocina, esta vez en un tono muy dulce.
Merodee un rato por mi patio sintiendo un hondo vacío y sin ganas de jugar. La voz de mi madre me sacó del letargo. - Ven Migue, es hora de bañarte. Entré cabizbajo en casa y me dirigí a mi cuarto, me senté en la cama y volví a escuchar la voz de Carmita desde la cocina, esta vez en un tono muy dulce.
-
Mijo, mañana la volverás a ver.
Fue
entonces que desperté aquí en Miramar, a la realidad del cuarto en penumbras, a
la esfera lumínica del reloj marcando las 4:28 AM del jueves 3 de septiembre
del 2019, a la amarga realidad de su muerte, y conteste.
-
No Madre, ya no la volveré a ver más.
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