−Mike line
one Mike line one− Escuché a la recepcionista anunciar por los altoparlantes de
la factoría. –Mike línea uno, Mike línea uno− Repitió insistentemente. Llegué
hasta el teléfono más cercano y descolgué el auricular. −Hello− un tropel de
voces se oía en el otro extremo de la línea. Mis hijos Alex y Michael discutían
entre ellos a la misma vez que intentaban hablar conmigo. − ¿Qué pasa?− pregunté
en tono enérgico, pero la diatriba continuaba. –Fue tu culpa− oía decir a uno. –La
culpa es tuya− gritaba el otro. Diez y ocho
años tenían Alex y Michael respectivamente en aquel momento. – ¡Cállense y
acaben de decirme que carajo está pasando!− tal fue el grito que se callaron. –
Papi, estábamos jugando con unas “smoke bombs” (bombitas de humo) en la
camioneta y el asiento se quemo un poquito.− la explicación me la daba Michael,
mientras de fondo, escuchaba a Alex refunfuñar. Se referían a una camioneta
Ford F100 de 1938 que yo tenía parqueada en casa y en proceso de restauración. Tragué
en seco y pregunte, − ¿Le paso algo a ustedes?− Un dúo enérgico, rotundo en forma de “NO” recibí
como respuesta y me tranquilicé.
Y entonces vino la mejor parte.
− ¿De qué
tamaño fue la quemadura?
− ¡Chiquitica!
− ¿Cómo la
de un cigarrillo?
− No, más
grande.
− ¿Un
centavo?
−No, más
grande.
− ¿Una
peseta?
−No, más
grande.− repetía el dúo de traviesos.
− ¿Cómo una
moneda de un dólar?
− No,
mas grande.
− ¿Cómo una
bola de beisbol?
− No, más
grande.
− ¿Cómo un
plato?− pregunte perdiendo la paciencia y subiendo el tono.
− No, máaaaas
grande. – y el alargamiento de la “a” me saco de quicio.
− ¡Me
cago en diez! ¿De qué tamaño es el jodido hueco?− grite a todo pulmón. Y
entonces escuché la voz de Michael, pausada, en tono bajo pero grave decirme.
− Como
un caldero papi.
− ¿Qué tipo
de caldero muchacho?
− El que
usa Pepe para freír los puercos.
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