Aún las
recuerdo, aún las veo revolotear, aparentemente erráticas, y desordenadas,
pegadas al recuerdo, a mi recuerdo, pegadas al techo del portal de La
Comercial, la mayor bodega del central Mercedes, una suerte de centro comercial
ubicado en la esquina de la intersección de las calle Real y la calle del
Parque donde se podía comprar, ropa, zapatos, juguetes, víveres y hasta
implementos agrícolas.
Parque del central Mercedes. |
Llegaban en el
mes de abril y se marchaban en agosto. En ese intervalo de tiempo se apareaban
y construían sus nidos, obras de arte en forma de concha meticulosamente
elaboradas en barro, adheridas a las esquinas o en los bordes de los ábacos de
las columnas de estilo Jónico que sostenían el techo. La edificación que
ocupaba La Comercial, o la bodega de Ramón, era una de sus favoritas. En el
largo portal en forma de L que iba desde la carnicería hasta la barbería
efectuaban su ritual cada año. Entraban en rápido vuelo desde la calle,
descendiendo para sortear la solera y ascendiendo de pronto para volar casi
pegadas al techo. En un brusco giro se posaban en sus nidos y desde abajo se
podía escuchar el sonido que emitían las crías ávidas por ser alimentadas.
Nido de Golondrina. |
Mientras
Carmita, mi madre, hacía algunas compras en la tienda yo me extasiaba
observando aquella actividad. A finales de agosto se marchaban, para regresar
en abril del próximo año. Al igual que ellas un día yo también me marché. Me
cuentan que todo comenzó con una gotera en el techo. La decidía, ese virus que
ataca a lo que dicen que es de todos pero en realidad no es de nadie, hizo de
la gotera un boquete por donde entró el agua y el sereno que pudrió vigas de
madera hasta que aquel otrora bastión comercial se volvió inhabitable. Todo el
techo se vino abajo, por años quedaron solo en pie las paredes y las columnas,
hasta que fue necesario derrumbarlas.
Hoy allí, donde
un día volaron y anidaron solo queda un solar yermo donde no vuelan ni anidan
ni las golondrinas ni la esperanza.