Recorrí con
la vista la desierta sala de espera. En un mural leí los nombres y observé las
fotografías de los depredadores sexuales de la región. Demasiados, pensé. Una
hilera de retratos con los nombres de los distintos “sheriffs” que han
ostentado el puesto en el pueblo de Wauchula capto mi atención. Me intrigó la
solemne seriedad en blanco y negro de los primeros, allá por las primeras
décadas del siglo pasado, en contraste con la sonrisa a todo color del actual. ¿Eran los
hombres más serios antes? En eso andaba cuando me percaté de que ya tenía
compañía.
Lo primero
que percibí fue el olor a alcohol, su olor a alcohol. Lo segundo fue su mirada,
inquisitiva, opaca, perdida. Bruscamente giró la cabeza de un lado a otro, el
gesto desmesurado, la torpeza muscular
ante los mandatos cerebrales producto del residuo etílico o de alguna sustancia
que aún corría por sus venas. Las ropas percudidas, los cabellos amelcochados
por la mugre, las uñas sucias, los labios cuarteados, los dientes ausentes de
esmalte, oscurecidos por el hábito de fumar. En las muñecas, un par de tatuajes
se ocultaban detrás de las sombras violáceas, dolorosas marcas dejadas allí,
sin lugar a dudas por un par de esposas bien apretadas. Tenía unos veintitantos
años, aplastados y multiplicados por el peso de la mala vida. Y comenzó el
diálogo.
− Hola.
− Hola. Respondí sin alejar mi mirada de mi teléfono celular donde escribía un mensaje de texto.
− Estás aquí para visitar a alguien.
− No.
− Entonces vienes a firmar.
− Hola.
− Hola. Respondí sin alejar mi mirada de mi teléfono celular donde escribía un mensaje de texto.
− Estás aquí para visitar a alguien.
− No.
− Entonces vienes a firmar.
Se refería
primero, a si yo estaba allí, en la estación de policía de Wauchula, para
visitar algún detenido, Y segundo, si la razón de mi visita era firmar el
libro, requisito impuesto a los que están en libertad bajo supervisión de las
autoridades.
− No. Volví a responder sin ánimo de enfrascarme en una conversación.
− Yo salí anoche. Vengo a recoger un par de cosa y firmar. Pero creo que me van a dejar, Porque, no se lo digas a nadie, anoche bebí.
− Yo salí anoche. Vengo a recoger un par de cosa y firmar. Pero creo que me van a dejar, Porque, no se lo digas a nadie, anoche bebí.
Y se rió,
dejando ver los estragos de fumar algo más que cigarrillos.
− Pero tú.
Tú, seguro bienes a renovar la licencia de conducir. ¿Verdad?
− No.
− Entonces viniste a pagar una multa.
− No.
− ¿Entonces qué carajo tú haces aquí?
− No.
− Entonces viniste a pagar una multa.
− No.
− ¿Entonces qué carajo tú haces aquí?
Y en ese
justo momento salió la secretaria del “sheriff” y me dijo con solemnidad.
− Señor Grillo, perdone la tardanza, sus huellas fueron aceptadas y su escrutinio Federal regresó limpio. Su solicitud aceptada, aquí tiene sus credenciales.
− Señor Grillo, perdone la tardanza, sus huellas fueron aceptadas y su escrutinio Federal regresó limpio. Su solicitud aceptada, aquí tiene sus credenciales.
Mi compañera
de espera no me dio tiempo a explicarle, o acaso no era mi intención hacerlo, que ese trámite es necesario cuando se hace algún
tipo de negocio con alguna identidad del Gobierno Federal. Ya sea en la rama
agrícola, salud o cualquier otra. Ella asumió e instantáneamente y me dio rango
y posición.
− ¡Tú eres un jodido Fed.!
Dijo, haciéndome una horrible mueca. Dejando claro
que en su escala de valores ser un Fed, (Agente Federal) era lo peor.
Agradecí a
la amable secretaria por su ayuda, tomé mis credenciales. Antes de marcharme giré
hacia la que hasta ese instante había sido mi entrevistadora y llevándome la
mano derecha hasta visera de la gorra, en un saludo militar, le dije. −Señora, que tenga usted un buen día.
No presté atención
al rosario de improperios que me recetó en voz baja. Salí a la calle. La gélida
brisa de la mañana del segundo miércoles de 2016 me acarició el rostro. Mire un
cielo azul y despejado y en él un Sol nuevo y redondo que sale para todos y que
se disponía a cooperar para regalarnos un día hermoso y perfecto. Respiré
profundo, llenando mis pulmones a capacidad. Y no sentí pena por ella.
tanta gente perdida o en camino a ello. si llego a estar alli me hubiera tenido q enterar como llego a esto... caminos tan largos y raros e incluso a veces tan simples. Creo q los hombres no eran mas serios... solo se reian menos, ja. Viaje a Wauchula en tus letras.
ReplyDeleteMuy buena redacción, como todo lo que escribes. Que pena y que triste cuando jóvenes toman el camino equivocado, que dura y sombría la vida pero muchos no quieren salir de ese abismo negro y triste.
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