Monday, April 6, 2020

¿Martí, o Mayeya?




¿Martí, o Mayeya? Se preguntaban los residentes del central Mercedes (6 de Agosto) al contemplar el busto instalado en el patio de la escuela primaria José Abrines. La torpeza de un escultor revolucionario sumado a las incontables manos de pintura blanca recibidas,  habían convertido la figura en algo imposible de identificar. La voz populi convirtió el caso en una adivinanza y bagaba en la imaginación y la ocurrencia de los vecinos, que disputaban la identidad entre la del Apóstol y la de Mayeya, el querido bobo del pueblo. 

¿Martí, o Mayeya? Se preguntó Horacio Roque, el jefe de la milicia del pueblo, la madrugada en qué, haciendo su habitual ronda para proteger la población del eminente ataque del imperialismo Yanki que la propaganda gubernamental anunciaba y anunció por lo siglos de los siglos, la iluminó con su potente linterna Made in China.

 La efigie bañada de luz y de roció se volvió fosforescente y su resplandor se multiplicó en los húmedos techos de zinc haciendo todo el pueblo una especie de bola iluminada.  Marti o Mayeya parecieron pestañear encandilados por la potente luz y su sombra, o sus sombras, se agigantaron alcanzando el fondo del patio de la escuela. Fue entonces que Horacio los divisó detrás de los marpacificos que formando un pequeño jardín rodeaban el busto.  Ambos en cuatro patas como los perros. Ella delante y debajo, él encima y por detrás. 
-¿Quienes andan y que hacen ahí?- gritó Horacio desenfundando el revólver. Encandilados, al igual que el busto y los techos, por el haz de luz, la pareja quedó muda. Horacio temió  por la seguridad de la revolución, confundió el acto sexual con un acto de sabotaje y decidido a defender la patria con su propia sangre apretó el gatillo. El disparo sonó como un trueno, aterrorizó a los furtivos amantes que corrieron despavoridos y desnudos hacia el fondo del patio desde donde se escucharon espantosos quejidos mezclados con el chirriar de los alambres de la cerca. En un pueblo pequeño, víctima del racionamiento y la escasez impuesta por el socialismo, le fue fácil a Horacio identificar por las prendas de vestir dejadas en el lugar de los hechos a los involucrados. La saya y la blusa pertenecían a Luzdivina una negra flaca propietaria de una lujuriosa fama, que por un peso era capaz de succionar cualquier objeto y por cinco las mismísimas torres del central. Allí, además de sus estrujadas prendas de vestir, encontró el miliciano en jefe un pequeño monedero con un resguardo religioso, dos pesos y la llave de su cuarto en el barracón. Por el hedor del pantalón y la camisa fue fácil identificar a su propietario. Pertenecían a Guerreiro un gallego ermitaño y sucio que vivía prácticamente de lo que recolectaba en los tanques de basura del batey. A las evidencias encontradas junto al busto, Horacio le añadió las que encontró en la cerca de alambre de púas. Jirones de piel negra y mechones de cabello encaracolado, y sin lugar a dudas la más determinante, un retazo de piel roja y arrugada en forma de bolsa que identificó y anotó en su pequeña libreta de apuntes como, “el forro de un huevo”. 

Acusados de contrarrevolucionarios y de atentar contra los poderes del Estado, Luzdivina y Guerreiro fueron arrestados. En la cárcel ella sanó sus heridas. A él fue necesario extirparle un testículo en el hospital de Colón.
Meses después fueron llevados a un juicio popular que se celebró, abarrotado de público, en el cine del central. 

El juicio fue breve. Si demoró más fue por las ocurrencias de Mayeya que haciendo el papel de reportero y utilizando su linterna como cámara fotográfica la encendía y apagaba simulando tomar fotos con flash. 

El juez golpeó con el mazo la mesa y ordenó orden el la sala. En ese momento una amiga de la acusada se acercó al improvisado estrado y le entregó al juez una hoja de papel. La hoja contenía, se supo después, una larga lista con los nombres de los habituales clientes de Luzdivina y su determinación de hacerla pública. Allí aparecían los nombres de prácticamente todos los miembros del jurado y del propio juez. Después de una reunión y un acalorado intercambio de opiniones, el letrado tomó el micrófono y anunció con voz grave a los presentes, que por decisión unánime y para demostrar la humanidad y generosidad de la revolución, los acusados eran declarados inocentes y puestos en libertad.

Los vítores se mezclaron inmediatamente con la malicia popular y lograron varias cosas. Luzdivina fue bautizada con el mote de “la compañera ordeñadora”, los miembros del jurado y el juez, “los ordeñaditos”, Guerreiro “el chiclano”, Horacio “Sherlock Holmes” y el escultor “Jack el destripador.” 

El batey recuperó poco a poco la calma. Algunas cosas fueron irrecuperables. Guerreiro no recupero jamás su huevo, ni el busto su identidad. Años después los residentes del central observan la obra y repetían la inevitable pregunta, ¿Martí o Mayeya?

Miguel Grillo Morales. 
6 de abril del 2020
Zolfo Springs, FL 

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