Botija |
Jubiloso, jadeante y sudoroso, con la ropa embarrada de
tierra negra, sosteniendo entre los mugrientos brazos y la barriga un enorme
recipiente de cristal entré por la puerta de la cocina gritando,
− ¡Mami, mami encontré el tesoro, encontré el tesoro!−
Y en efecto, lo había encontrado, lo había logrado, había
encontrado el famoso tesoro enterado en la finca de los Grillos.
“La botija”* llamaban a un tesoro enterado aparentemente
por mi abuelo y un hermano en algún lugar de los predios de la finca La
Esperanza y Sumidero. Según la leyenda era la herencia de Diego Grillo un pariente
que había sido pirata. Nadie sabía su localización exacta y todos los esfuerzos
por encontrarla terminaban en rotundos fracasos. Y ahí estaba yo, con el tesoro
entre las manos, lo había descubierto, había encontrado la famosa botija de la
historia que desde pequeño había escuchado repetida a susurros entre mis
mayores una y mil veces.
Horas antes lo había visto introducirse en una cueva
cavada en el piso de tierra, entre la pared y una pila de madera que mi padre
mantenía en el portal adosado al garaje del tractor y el cual usaba como
carpintería. Me detuve a observarlo. Era un diminuto guayabito* de color gris
que se movía con nerviosismo. Por curiosidad comencé a mover las maderas y a excavar
la tierra siguiendo la trayectoria de la cueva. Cuando no pude seguir excavando
con las manos busqué una pala. La cueva se extendía aproximadamente medio metro
y ganaba profundidad. A cada palada crecía mi entusiasmo y crecía la montaña de
tierra extraída de la excavación. La punta de la pala chocó con algo sólido,
retiré un poco más de tierra y me arrodillé para limpiar con las manos el resto
que quedaba sobre aquel objeto que se interponía a mi investigación. Era un
montón de ladrillos de color rojo, cuidadosamente colocados uno al lado del
otro, como se colocan los adoquines de una calle. Los fui levantando uno por
uno, descansaban sobre una plancha de metal, tuve que extraer más tierra para
poder despejar la plancha metálica en forma de esfera, era la tapa de un
tanque. El corazón se me disparó a la par de la pericia arqueológica. De cabeza
zambullido en aquel hoyo, con ayuda de la pala, logré levantar y retirar la
tapa, un fuerte olor a aire antiguo me inundó el olfato, el tanque estaba lleno
de sacos de yute, que rodeaban y servían de protección a un objeto central, los
fui sacando con cuidado hasta que dejé al descubierto otra tapa de metal más
pequeña, la tapa de un pomo de cristal de los que utilizaban en los mostradores
de las bodegas como recipiente para caramelos. Con un esfuerzo extremo extraje
el enorme y pesado recipiente, la tapa estaba herméticamente sellada y pintada
de negro, a través del cristal divisé el contenido: varios rollos de billetes,
cuidadosamente empacados, descansaban sobre un fondo lleno de relucientes
monedas de distintos tamaños. El corazón se me agitó dentro del pecho y un
escalofrío como corriente eléctrica recorrió mi sudoroso cuerpo. A duras penas
pude cargar el botín, correr hasta la casa y entrar por la puerta de la cocina
gritando a todo pulmón.
Mi casa. |
Estaba solo en mi habitación debatiéndome en un mar de
conjeturas, cuando lo oí llegar. También los oí conversar en un diálogo a
susurros que confirmó mis temores, − estos viejos me quieren dar la mala, se
quieren quedar con mi tesoro − El vozarrón de mi padre estremeció la casa, − Migue,
venga acá −. Salí del cuarto resuelto a pelear por lo que era mío. Sobre la
mesa del comedor estaba el recipiente de cristal abierto y su contenido
esparcido en grupos. − Siéntese ahí, que tenemos que hablar− dijo el viejo
Miguel con tono grave y severo. Ah, ahora quieren repartirlo, seguro que a
partes iguales. ¡Como saben estos viejos! pensé, pero no me atreví a decir
nada. Me senté en la silla que me indicaba mi padre sin decir media palabra. − Mire
mijo, esto que tú te acabas de encontrar no es el nombrado tesoro de los
Grillos, esto lo enteré yo. − Fue lo primero que me aclaró, para proseguir
dándome una explicación detallada mientras señalaba minuciosamente el
inventario sobre la mesa.
− Esto, en moneda de curso legal, es el dinero de la última venta de ganado que yo realicé antes de la expropiación de la finca, lo conservo porque como nosotros nos vamos del país, han existido casos en los que el gobierno le exige a los que se van devolver el valor de un auto o alguna propiedad que hayan vendido previo a la salida. Esto que ves aquí son billetes de antes de la revolución, yo no cambié todo el dinero. Estos otros son dólares, que siempre tendrán valor pero es un delito poseerlos. Estas son monedas de plata de las de antes, de distintas denominaciones, la plata aumenta y tiene gran valor. Y esto es un revólver que escondí para que no me lo quitaran, cuando las armas fueron prohibidas. Migue, si se enteran que yo tengo esto voy a la cárcel. ¿Entiendes? −
− Esto, en moneda de curso legal, es el dinero de la última venta de ganado que yo realicé antes de la expropiación de la finca, lo conservo porque como nosotros nos vamos del país, han existido casos en los que el gobierno le exige a los que se van devolver el valor de un auto o alguna propiedad que hayan vendido previo a la salida. Esto que ves aquí son billetes de antes de la revolución, yo no cambié todo el dinero. Estos otros son dólares, que siempre tendrán valor pero es un delito poseerlos. Estas son monedas de plata de las de antes, de distintas denominaciones, la plata aumenta y tiene gran valor. Y esto es un revólver que escondí para que no me lo quitaran, cuando las armas fueron prohibidas. Migue, si se enteran que yo tengo esto voy a la cárcel. ¿Entiendes? −
− Si Papi, entiendo.− Conteste bajando la cabeza.
− Bueno, ahora usted tiene que prometerme que no dirá ni
una palabra de esto a nadie. − Y enfatizó, “a nadie” extendiendo la mano para
sellar aquel pacto de confianza con un estrechón de manos.
Siete años después los tres protagonistas de aquel hecho,
abordábamos un avión con destino a Madrid sin un centavo en los bolsillos. Así
éramos obligados a salir los exiliados cubanos de nuestra patria. Han pasado
cincuenta y cinco años desde aquel hallazgo, tiempo suficiente para poder
contar la historia, revelar el secreto sin violar el acuerdo contraído con mis
padres que ya no están.
Allí en el central Mercedes, (6 de Agosto) en los predios
de lo que fue mi casa natal, en el patio de mi niñez, meticulosamente preservado,
enterrado en algún rincón está el tesoro de mi padre. No sé el sitio exacto, él
se encargó de reenterrarlo sin que yo me enterara donde. No sé el valor
actual, pero me atrevo a calcular que sobrepasa con creces el salario anual de
todos los vecinos que viven en aquel callejón convertido en barrio. Hoy, al
igual que aquella tarde de agosto del 1963 renunció a la propiedad del tesoro.
Vivo convencido que no existe mayor tesoro que el ejemplo
que recibí de Carmita y Miguel y la enseñanza que cada cual debe lograr su
propio tesoro sin envidiar ni codiciar el ajeno.
Ojalá alguien pueda encontrar el tesoro de mi padre. Me complacería
saber que el ahorro y el esfuerzo del viejo Miguel sirven para que alguna o
varias familias logren aliviar sus penurias.
* Guayabito. Ratón pequeño.
* Botija. Nombre dado a un recipiente de cristal o barro
utilizado para embazar vino o agua.