En las
relaciones, no hay peor sordo que el que no puede oír.
Todos,
absolutamente todos los intentos por parte de presidentes norteamericanos de
restablecer relaciones diplomáticas con el gobierno de los hermanos Castro han
terminado en rotundos fracasos. A pesar de condenar reiteradamente el embargo y
exigir su fín, no es necesario ser un politólogo, un sencillo análisis usando el sentido común hace que lleguemos a la conclusión de que ha sido y es
precisamente el gobierno castrista el principal impedimento para unas
relaciones normales entre ambos países. Si algo tuvo siempre muy claro Fidel
Castro fue que el peligro de una relación amigable era mayor al beneficio que
esta pudiera brindar. Un enemigo externo le proveía el aislamiento y la excusa
perfecta para machacar aún más al pueblo cubano.
Analicemos
la historia.
Tres
presidentes norteamericanos (demócratas todos) han realizado serios intentos
para restablecer dichas relaciones.
Primer
intento.
Lo realizó
James Carter. Un hombre noble, serio y pacífico, que envió varios emisarios a
entrevistarse con Fidel Castro con ese fin. Después de largas negociaciones, se
logró abrir Secciones de Intereses en ambas capitales. Un gran paso sin lugar a
dudas, ya que hasta entonces los trámites diplomáticos se realizaban, engorrosa
y exclusivamente a través de la embajada suiza. En 1978 comenzaron los vuelos
de la comunidad y los cubanos pudieron visitar a sus familiares en la Isla,
algo que tenían prohibido desde el triunfo de la revolución. Todo marchaba bien,
hasta que un incidente en la embajada del Perú, que no tenía correlacion alguna con los Estrados Unidos, fue aprovechado por Fidel Castro para crear la
mayor crisis migratoria de la historia entre Cuba y Estados Unidos.
Conocido
como el Éxodo del Mariel, por el nombre del puerto donde se originó, más de
120,000 refugiados cubanos arribaron a las costas de la Florida en un período
de tres meses en el año 1980. Entre ellos, enfermos mentales y connotados
criminales sacados de las cárceles por el gobierno castrista y puestos en las
cubiertas de los barcos con destino a Estados Unidos. Este incidente puso fín al
acercamiento y a la búsqueda de un acuerdo y terminó costándole la reelección a
la presidencia a James Carter.
Segundo
intento.
Esta vez, bajo la
presidencia de Bill Clinton, en el cual es conocida, entre otras, la mediación
del ganador del Premio Nobel de Literatura y amigo personal de Fidel, el
colombiano Gabriel García Márquez. Este intento tuvo también un final abrupto. Tras una repentina protesta callejera antigubernamental acontecida en La Habana en el verano de
1994 y conocida como “El Maleconazo.” Mostrando una falta total de respeto
por la seguridad de los ciudadanos, Fidel Castro declara que, “todo el que se
quiera ir, que se vaya” obsequiándole a Bill Clinton la segunda crisis
migratoria conocida como la Crisis de los Balseros. Fue necesario habilitar la
base Naval de Guantánamo para recibir y procesar a miles de cubanos que se
lanzaron al mar, huyendo del paraíso castrista, aferrados a cualquier objeto
flotante. La cifra de desaparecidos aún es inexacta. Este evento aumento las tensiones
entre ambos gobiernos y Bill Clinton se vio obligado a cambiar su política. Dos años más tarde, el
gobierno castrista derriba dos avionetas civiles del grupo Hermanos al Rescate
en aguas internacionales, poniéndole fin definitivo a cualquier acercamiento.
Tercer
intento.
Y llegó el
tercer y último intento de la mano de Barack Obama. Con un Fidel Castro
prácticamente cadáver, Obama el "gran pacificador" una suerte de
biberón internacionalista, artífice de los peores y más desventajosos acuerdos
jamás firmados por un presidente estadounidense y un Raúl Castro apresurado por
lavar la enlodada cara de la dictadura heredada.
Las
negociaciones se realizaron en extremo secreto, fueron largas y tortuosas. Hoy
se conoce que comenzaron inmediatamente después que Barak Obama asumiera su
cargo en el 2008. Dos años después, en agosto del 2010, sufren un peligroso
revés al afirmar el enfermo dictador Fidel Castro (alejado del cargo pero no del poder) categóricamente que los cuatro espías cubanos
encarcelados en Estados Unidos regresarían a Cuba antes de fin de año. Está claro que Fidel
manejaba información sobre el progreso de las relaciones y se oponía a ellas
desde un principio. Finalmente, cuatro años después de la aseveración del
anciano dictador, el 17 de diciembre del 2014, Raúl Castro y Barack Obama
declaran el reestablecimiento de las relaciones, un intercambio de prisioneros, que
incluye los cuatro cubanos detenidos en Estados Unidos por espionaje, la apertura
de embajadas en ambas capitales y algo insólito, la visita de Obama a La Habana, algo que no sucedía desde
hacía 88 años.
Y llegó
Obama a La Habana, el 20 de marzo del 2016. Los cubanos de a pie, habilidosos y astutos, sintieron una simpatía inmediata por el comportamiento fácil,
desenfadado, libre del presidente estadounidense, quien tuvo incluso la osadía de
participar en el programa humorístico de mayor “rating” de la televisión
cubana, Vivir del Cuento. Ver a Obama jugar domino con Pánfilo fue algo
novedoso para un pueblo acostumbrado a la rigurosidad y hosquedad de sus
dirigentes. Por si lo anterior fuese poco, Obama pronunció en presencia de Raúl
Castro un discurso pacífico y reconciliador, desde la perspectiva de una
mentalidad de libertad y democracia, pero subversivo e incendiario desde la
perspectiva de un régimen totalitario como el castrista. Obama fue a casa del trompo… y bailó.
Ahí comenzó
el problema. A Fidel Castro le dio un "yeyo" político que provocó la
publicación ocho días después, el 28 de marzo, de una reflexión de su puño y
letra bajo el título "El Hermano Obama" donde en vez de mirar al
futuro promisorio de buenas relaciones, como recomendó Obama, se fijaba una y
otra vez en el pasado y en los acontecimientos que dividen ambas naciones. Señalaba
el enorme peligro y demostraba el gran temor que una relación amistosa con el
vecino del norte le provocaba. Su eterno complejo de inferioridad, soberbia y
prepotencia queda bordado con la siguiente frase, “no necesitamos que el imperio nos regale nada". Si esto fue lo publicado, solo
podemos imaginar lo que le dijo a su hermano Raúl en privado. Un verdadero frenazo
a los entusiastas de la reconciliación. El Órgano Oficial del Partido Comunista
Cubano, el periódico Granma, no se quedó atrás, llegando a llamar al
pacificador presidente norteamericano, "negro" en un artículo digno
de un sainete solariego.
Podemos
extendernos más, podemos hacer un análisis más profundo, pero no es necesario.
Las pruebas están ahí, olvidadas convenientemente por algunos, pero recogidas
por la historia. No se hizo esperar una campaña mediática por parte de los
medios de prensa estatales y blogs oficialistas, con el tema, "cuidado, lo
que no lograron por la fuerza lo intentarán ahora por las buenas."
El
periodista uruguayo Fernando Ravsberg, radicado y soportado milagrosamente por
el gobierno en La Habana, conocedor de los oscuros laberintos del castrismo y
de la historia aquí contada, no investigó, no entrevistó a nadie. Sin embargo en un
arranque de trincherismo solidario se inventó la palabra "Maine
Acústico" acusando, en más de seis artículos publicados en su blog al
gobierno norteamericano de utilizar el caso del padecimiento auditivo que ha
estado presentando el personal de la Embajada americana en La Habana como una
excusa para romper relaciones. Como si poner a más de una veintena de diplomáticos
norteamericanos de acuerdo para respaldar una mentira fuese fácil. Como si en
dos ocasiones anteriores no fuesen los Castro los que pusieron oídos sordos a
la reanudacion de relaciones.
¡Por favor! ¿No
les parece a ustedes esto extraño? La realidad es que en los últimos días, las
relaciones se enfrían y los ánimos se caldean. El personal en ambas embajadas ha
sido reducido al mínimo. El gobierno de Raúl grita su inocencia y los
americanos verdaderamente parecen estar sordos.
Nada que al
mejor estilo de Julio Iglesias, la vida sigue igual.