Foto cortecia de Reina Trucchio Williams. |
Cuando has consumido y disfrutado seis décadas de vida. Cuando
comprendes que una tarde charlando con tus primos, sobre las ruinas de un país y de lo que
un día fueron los cimientos de la casa de tus abuelos en una remota finca de la
provincia de Matanzas, tiene más valor y te llega más hondo que una charla con
el presidente de un país.
Cuando beber el agua fresca de un arroyo te satisface
más que beber el mejor whisky en la mejor barra del mejor bar del mejor hotel
de New York o Madrid.
Cuando una complicidad con tus tres hijos varones en una
paradisiaca playa caribeña te demuestra que son, además de tus hijos, tus
mejores amigos.
Cuando despides a tu única hija en un aeropuerto, con una
mezcla de orgullo y miedo porque ha decidido libremente hacer su vida por su
cuenta.
Cuando has llorado de emoción ante el logro de un hijo, o de dolor en
el sepelio de tus más queridos familiares o amigos.
Cuando la foto de una nieta
te extrémese el alma y, por esas travesuras del ADN, ves en su labios los labios
de tu madre... Es cuando puedes decir orgullosamente: creo que he vivido, creo
que he vivido feliz.
Mariah Alexandra Grillo, hace apenas cuatro años que llegaste a este
mundo, mi mundo, tan distinto al que te tocará vivir, pero en tu fisionomía revive
Carmen Morales, mi madre, y un tú carácter José Miguel Grillo, mi padre.
Chiquitica, tú serás tú y tus circunstancias. Quizás nunca te sentarás sobre
las ruinas de los cimientos de mi casa a charlar con tus primos, porque todas
las vivencias son distintas. Pero tengo la seguridad que no te faltará en su
momento el agradecimiento por la educación y el amor que recibes hoy. Yo te
observo y repaso instintivamente un poema que Salomé Ureña le dedicara a su
hijo.
Cuando sacude su infantil cabeza
el pensamiento que le infunde
brío,
estalla en bendiciones mi terneza
y digo al porvenir: ¡Te la
confío!
Tú no lo sabes aún, pero eres la más solida prueba de que he vivido. Y
vivir, lo que se llama vivir…