Sunday, October 30, 2016

Vivir, lo que se llama vivir...


Foto cortecia de Reina Trucchio Williams.





Cuando has consumido y disfrutado seis décadas de vida. Cuando comprendes que una tarde charlando con tus primos, sobre las ruinas de un país y de lo que un día fueron los cimientos de la casa de tus abuelos en una remota finca de la provincia de Matanzas, tiene más valor y te llega más hondo que una charla con el presidente de un país.

Cuando beber el agua fresca de un arroyo te satisface más que beber el mejor whisky en la mejor barra del mejor bar del mejor hotel de New York o Madrid.

Cuando una complicidad con tus tres hijos varones en una paradisiaca playa caribeña te demuestra que son, además de tus hijos, tus mejores amigos.

Cuando despides a tu única hija en un aeropuerto, con una mezcla de orgullo y miedo porque ha decidido libremente hacer su vida por su cuenta.

Cuando has llorado de emoción ante el logro de un hijo, o de dolor en el sepelio de tus más queridos familiares o amigos.

Cuando la foto de una nieta te extrémese el alma y, por esas travesuras del ADN, ves en su labios los labios de tu madre... Es cuando puedes decir orgullosamente: creo que he vivido, creo que he vivido feliz.  
Mariah Alexandra Grillo, hace apenas cuatro años que llegaste a este mundo, mi mundo, tan distinto al que te tocará vivir, pero en tu fisionomía revive Carmen Morales, mi madre, y un tú carácter José Miguel Grillo, mi padre. Chiquitica, tú serás tú y tus circunstancias. Quizás nunca te sentarás sobre las ruinas de los cimientos de mi casa a charlar con tus primos, porque todas las vivencias son distintas. Pero tengo la seguridad que no te faltará en su momento el agradecimiento por la educación y el amor que recibes hoy. Yo te observo y repaso instintivamente un poema que Salomé Ureña le dedicara a su hijo.   
 
 Cuando sacude su infantil cabeza
 el pensamiento que le infunde brío,
 estalla en bendiciones mi terneza
 y digo al porvenir: ¡Te la confío!
 
Tú no lo sabes aún, pero eres la más solida prueba de que he vivido. Y vivir, lo que se llama vivir…




Tuesday, October 4, 2016

Pero si está la bandera….


Pero si está la bandera….

Con esta frase comienza el segundo párrafo de un poema que José Martí escribió en relación a un evento de baile en el que actuaba una bailarina española. La musa para escribir “El alma trémula y sola” le llegó a Martí una noche de 1890 en el Teatro El Edén Musee de New York viendo bailar a Carolina Otero.

El sentimiento que agobió a Martí aquella noche es fácil de comprender. El dolor por el país, por la patria perdida, le impedía al ciudadano, al poeta, al hombre, entrar a un recinto adornado con la bandera que representaba al opresor. No era una cuestión de odio, era honor, era vergüenza, era dignidad.

Un siglo y cuarto después el mismo país vive bajo una dictadura, no menos aberrante por ser, esta vez, cubanos sus dirigentes. En los últimos años soplan vientos de reconciliación, Muchos artistas residentes en la Isla viajan a actuar a Estados Unidos, a Miami en particular. Soy solidario con ellos, asisto a sus actuaciones y coopero con muchos eventos porque entiendo que son tan victimas o más que los que no vivimos en Cuba. Vivir en Cuba no significa simpatizar con el régimen. Aunque si hay algunos que simpatizan y cooperan, las pruebas están ahí, fáciles de obtener en youtube, en la internet.

El Flamingo Theater Bar aquí en Miami, anuncia próximamente una actuación de Candido Fabré, un cantante cubano a quien hemos visto innumerables veces cantarle a Fidel y a Raúl, más que cantarle arrullarlos con elogios y pleitesías. Candido está en todo su derecho a ser cándido con los despotas. Como es mi derecho no asistir a un evento donde se presente él o ninguno de los que adoren a quienes yo considero culpables de la tragedia de una nación. No participo en ningún tipo de acto contra su presencia aquí, esos actos me parecen abominables. Pero no señor Fabré, mi dinero me lo gasto con gusto disfrutando de un artista cubano local que tiene el alma trémula y sola y a sus espaldas la carga y la dignidad de vivir alejado de su tierra y de su gente por culpa de aquellos a quienes usted les canta las mañanitas.

No es cuestión de odio. Es por honor, por vergüenza, por dignidad, que yo no puedo entrar.


Han hecho bien en quitar
El banderón de la acera;
Porque sin está la bandera,
No sé, yo no puedo entrar.