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Roman Mesa, Horacio Grillo, Miguel Grillo (2002) |
Llegó al callejón de la finca
La Esperanza, en el Central Mercedes, al estilo viejo oeste americano, con
todas las pertenencias de su familia sobre una carreta de bueyes y tres
caballos atados en forma de longaniza, detrás de la carreta. En semanas
previas, había construido una casita campestre de paredes de tabla y techo de
tejas rojas. En semanas posteriores, construyó su leyenda.
Domador de caballos, montero, hombre de campo. Estos son los adjetivos con los
que puedo calificarlo. Hábil en el adiestramiento de caballos para la lidia de
ganado, su casa se convirtió en el punto de convergencia de los chicos del
barrio, que íbamos admirados a verle montar por primera vez algún potro semisalvaje.
Con destreza, cortaba crines y colas, convirtiendo pencos de dudosa raza en
bellos ejemplares. Con betún de lustrar calzado, hacia brillar los cascos.
Húmeda y tejida en una trenza, una escasa y descuidada cola se convertía en
hermosa y ondulante obra de arte.
Un caballo
grande, negro y holgazán comprado por unos pocos pesos a mi primo Alfredo
Grillo, se convirtió en un caro y bello ejemplar de brilloso pelambre bajo su
cuido. Recién bañado, atado debajo una frondosa mata de mangos, un chorrito de
creolina en cada casco, aquel “avispado” animal parecía capaz de tragarse el
mundo. Así lo vieron aquellos guajiros que vinieron desde Jagüey Grande y pagaron
mil pesos cubanos por él.
El último recorrido
a caballo que hice por lo que un día fue la finca de mi familia, lo hice con él.
Me ensilló su mejor Quarter Horse para la ocasión. Cuando me fui en 1970 del callejón
de mi infancia, lo deje allí domando y entrenando caballos. De vez en cuando le
hice llegar ejemplares de la revista American Quarter Horse Journal. Siempre recibí
mensajes de agradecimiento. Uno de ellos en forma de una jáquima confeccionada
por él. La última vez que nos vimos personalmente fue en febrero del 2002. Sombrero
y habano presente, charlamos toda una tarde, recordando acontecimientos de mi
niñez. – ¿Tienes buenos caballos? Le pregunte. –Prácticamente, ni eso queda ya aquí
Miguelito. Me dijo haciendo una mueca.
Ayer recibí
la mala nueva. Una vez más noviembre se lleva un amigo, a un buen amigo. Di un
largo recorrido por mis establos. Limpié
y acicalé mi mejor montura y escribí esta nota llena de dolor. Es el mejor homenaje
que le puedo hacer a un hombre como Román Mesa.