Thursday, July 18, 2013

¿Obsoleto?


El sofocante mes de Julio de 1967, amenazaba con achicharrarnos a todos. La escuela José Abrines del Central Mercedes de mi adolescencia había cerrado sus puertas y los muchachos disfrutábamos las vacaciones de verano. Blancos y negros participábamos en diferentes actividades, espontáneas todas ellas, que incluían diferentes juegos y deportes. El beisbol era uno de los favoritos. Cuando la tarde atenuaba el castigo de los rayos solares, no reuníamos en el campo de pelota y formábamos dos equipos para disputar aquellos inolvidables juegos manigüeros donde se veía de todo. Pelotas cubiertas con cinta eléctrica, viejos guantes y bates, algunos confeccionados de forma artesanal. Las vicisitudes y el lamentable estado de los equipos no le restaban al entusiasmo de los participantes.

Los juegos se fueron haciendo habituales y algunos no tan jovencitos comenzaron a organizar y a formar parte de los equipos. Era normal picharle a un raquítico compañero de colegio, como también a un estibador de azúcar obrero del central con seis pies y doscientas libras de peso. En pocos días solo los mejores jugadores adolecentes podían jugar, pues los adultos se adueñaron del terreno y los desafíos tomaron seriedad al incorporársele interés adicional con apuestas de dinero. Un mal fildeo, poncharse o lanzar una mala bola, era poner prácticamente la vida en peligro. Escribirlo hoy, puede parecer una exageración, pero allí lo comprobamos una tarde.
Lazaro Perez e Ibrain Hernandez eran dos de los asiduos adultos que integraban equipos contrarios. Lazaro mulato de poca estatura y falto de fibra era hijo de Lazaro Herman Perez y tenía fama de guapetón. Ibrain era robusto, alto, algo entretenido y bobalicón, era hijo de Señita y lo apodabamos Palomo. La rivalidad entre ambos era manifiesta y una tarde a razón de una apretada jugada en home la discusión sobre si el hombre era out a quieto tomo ribetes trágicos y llegaron a la agresión física. Palomo dejo a Lazaro tendido en el suelo, al propinarle un trompón de campeonato. Este se incorporó y los compañeros de equipo allí presente lo exhortábamos a seguir la pelea. – Reviéntalo Palomo. – Mátalo Lazaro. Eran algunos de los gritos que se oían. – Si eres hombre espérame aquí  - Dijo Lazaro algo aturdido y desapareció.

El juego continuo y el incidente fue olvidado. Hasta que vimos a Lazaro aparecer por tercera base revolver en mano. Con el cañón de aquel “obsoleto” y oxidado Vizcaíno (un cachimbo de la guerra de independencia) hizo una raya en la tierra justo en el área del short stop y le grito a Palomo: – Si tienes cojones, pasa esta raya. Palomo, resuelto avanzó hacia su enemigo mientras cantaba un estribillo al que todos le hicimos coro: - Ese revólver no tira, ese revólver no tira. El PUM, la humareda y el olor a pólvora nos dejó a todos de un solo color, blancos, y sin aliento. En el suelo, Palomo se retorcía con las manos en la cara de donde sangraba profusamente. Lazaro salto la cerca del center field y desapareció. Los que lo asistieron (yo, antes que se disipara la humareda estaba en casa, bañado y en piyamas) cuentan que entre bates guantes y pelotas estaban esparcidos los  dientes de Palomo. El proyectil le entró por la boca le destrozó la mandíbula y le salió por el cachete.  Asistido en el Hospital de Colón, Palomo se salvó. Hablaba estropajosamente, no recuperó los dientes y la lentitud mental se le acrecentó. Desde entonces y para siempre fue meritorio del apodo: Palomo come bala.
No olvide jamás las alegaciones del padre de Lazaro: “el  revolver era una pieza obsoleta y para defensa personal”. 

La declaración del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, que indica que el barco detenido en Panamá contenía: “240 toneladas métricas de armamento defensivo obsoleto” me ha recordado este hecho del cual fui testigo siendo niño.