Monday, February 1, 2021
Crónica de un virus de ojos oblicuos.
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Conozco muchas personas que han sido víctimas del Coronavirus, incluso algunas queridas y cercanas a nuestra familia han muerto por esta causa. Otras lo han pasado sin problemas, pero muy pocas personas hablan del asunto. Es como si fuese un tabú. Yo voy a contar mi experiencia ahora que puedes leerme sin peligro de contagio.
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El pasado día 11 de enero, Mimol despertó sintiéndose mal. Para que esta Camagüeyana todo terreno diga, -me siento mal- algo tiene que andar realmente mal. Como es natural sospechamos que había sido contagiada con el virus chino y las pruebas realizadas al día siguiente nos dieron la razón.
Estábamos fuera de la ciudad y decidimos regresar a casa en Miramar solo para recoger mis medicamentos y seguir rumbo a la finca, aislarnos para no contagiar la familia, especialmente las dos preñadas de futuros Grillitos.
Nos quedaba esperar dos cosas. Primero, que fuera con síntomas leves. Y segundo, mi inminente contagio.
Un día lejano ya, le prometí a esta dama que lo nuestro seria hasta que la muerte nos separe. No recuerdo haber hecho mención de separación por virus alguno, así que me quedé ahí junto a ella esperando la embestida. Mi situación es más compleja. Tengo 64 agostos cumplidos y algún que otro achaque. Mocho pasó sus primeros días con síntomas bastante leves y yo no sentía síntoma alguno.
El sábado 16 de enero, cinco días después de ella ser contagiada, después de un día de trabajo duro en la finca me di un baño y me senté a ver la tele. Fue precisamente entonces que sentí el primer escalofrío del visitante. Sentí el cuerpo cortado y le pedí a Mimol que me tomara la temperatura. En efecto, tenía fiebre alta. El día siguiente, el 17 de enero di positivo al COVID19.
Lo que prosiguió fue un “rollercoaster” de síntomas. Dolor de cabeza y extremidades, tos de perro callejero, diarrea, perdida del olfato y paladar y un abandono total de fuerzas. No me faltó el aire pero aunque respiraba profundo el caudal de oxígeno no parecía satisfacer las necesidades del organismo y me sentía desfallecer. Los síntomas se agravaban por las tardes. Comer era un dilema, los alimentos se me hacían una bola sin sabor en la boca difícil de tragar. Me recetaron un tratamiento de esteroides que seguí al pie de la enmarañada letra.
La madrugada del miércoles 26, a diez días del primer síntoma, Mimol me despertó alarmada, - tienes el pulso en 42 y eso no es normal, voy a llamar al “rescue”- Dos cosas tengo que aclarar aquí, eso de estar casado con una profesional de la salud tiene sus encantos. Puedes llegar con un dedo guindando de un hilito, me ha pasado, y escucharla decir - eso no es nada- o como en este caso, puede despertarte y alarmada escucharla decir, -voy a llamar al rescate, vamos para el hospital-.
La finca queda en un área totalmente rural y remota. Wauchula el pueblo con hospital más cercano está a veinte minutos. Y precisamente en veinte minutos las luces de emergencia de un camión de bomberos y otro tipo ambulancia sacaron de su letargo y espantaron a los caballos y a las vacas que dormitaban plácidamente. Una densa niebla cubría el campo dandole un aspecto de película de terror a la caravana de vehículos que se desplazaban por el driveway de la finca hacia la casa, con las luces de emergencia encendidas. En segundos, me rodeaban más americanos que a Osama Bin Laden en su madriguera de Pakistán, pero gracias a Dios con mejores intenciones. Aguja en vena, el cuerpo cubierto de cables y electrodos, un monitor de medir la oxigenación en el dedo índice y la voz firme del jefe que me dijo, -Mister Grillo, lo vamos a llevar para el hospital-.
Recuerdo la camilla a la altura de la cama y una vez yo en ella, elevarse a una altura que me hizo dudar si lo que me iban a realizar era, como a un auto, un cambio de aceite. Después comprendí que la altura tenía que ver con la altura del camión ambulancia donde viajaríamos hasta el hospital. Solo introdujeron la parte delantera de la camilla y un sistema eléctrico o hidráulico se encargó de aprisionarla, introducirla y sujetarla fuertemente al piso. Partimos y por las ventanillas traseras vi la finca quedarse atrás envuelta en la densa niebla atravesada solo por el resplandor de las rojas luces de emergencia y mi camión conducido por Rebeca a corta distancia. Durante el trayecto, al oído el interrogatorio extenso y persistente y en mi brazo la goma del equipo de tomar la presión arterial que se inflaba y desinflaba automáticamente cada cinco minutos.
Llegamos y cuando bajaron la camilla pude ver la frialdad de la madrugada en la entrada de emergencias en forma de partículas de humedad revoleteando desordenadamente. El hospital de Wauchula es pequeño pero nuevo y moderno, el único paciente en emergencia a esa hora era yo y ya me esperaban un enfermero joven que resultó ser de origen cubano y una enfermera de la raza negra graciosa y laboriosa. Me colocaron en el cuarto número uno. Con destreza me desconectaron de los equipos portátiles de la camilla y me reconectaron a los del cuarto de hospital. Otra andanada de preguntas, me extrajeron cinco tubos de sangre, otro electro, me incorporaron en la cama, me colocaron una plancha de metal fría en la espalda y con un inmenso aparato portátil me tomaron una placa de tórax.
- Mister Grillo, tenemos que esperar los resultados, descanse-, me dijo mi enfermera.
-Amor, por favor bájame la cabecera de la cama, apágame la luz y tráeme una frazada que tengo frío- le pedí. Hizo todo lo indicado, donde se lució fue en procurarme no una, dos frazadas calientes con las que me tapó regalándome un placer de recién nacido. -¡Gracias!- le dije y me acurruqué en los brazos de, que digo yo Morfeo, el mío fue Morlindo. Cuando su mano me rozó tímidamente y con pena para despertarme, eran la cinco y media de la mañana. - Mister Grillo, el doctor Williams quiere hablar con usted- y allí en el umbral de la puerta la figura mastodóntica de ébano del doctor que se me antojó egresado de un equipo de fútbol profesional y que no entraba al cuarto porque no cabía por la puerta. -Usted está listo para irse a casa-, dijo el doctor y prosiguió.- Sus signos vitales están perfectos, el electro, el X-ray y los análisis de sangre también. Le voy a recetar Benzonatate para la tos, y Azithromycin para combatir una leve bronquitis que padece. Puede usted marcharse, vea a su cardiólogo para una investigación más profunda de porque le bajó el ritmo cardiaco. Y cuídese-. Muchas gracias doctor dije reprimiendo la euforia.
Firmé cuatro planillas, me abrigué bien y salí al parqueo. La niebla había cedido un poco y pude divisar mi blanca camioneta y escuchar el run, run de su motor, dentro mi enfermera favorita dormía plácidamente. Un toque con los nudillos en el cristal y el esperado aspaviento de la recién despertada. -¿que te hicieron, que te dijeron?- y rumbo a casa le hice todo el cuento.
Desde hace tres días he experimentado una considerable mejoría. La prueba del jueves 28 dio negativa. Me queda un poco de tos, una considerable falta de apetito y de energías. He perdido 10 libras de peso corporal. Hoy después de bañarme miré y vi en el espejo del baño a un viejito flaco de barba canosa haciendo mímica ahí detrás. Aproveche y le dije, -con lo jodido que tu estas si te coge el virus no haces el cuento.-
Me queda la satisfacción de haber vencido esta maldita plaga y la alegría de poder contarlo. Me queda desearles a todos ustedes suerte y que esta vaina no los agarre porque es bastante traicionera.
Miguel Grillo Morales
30 de enero del 2021
Zolfo Springs, FL.
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