Tuesday, April 17, 2012

Penas y alegrias de un canto.

Por la variedad de su canto puede ser tenor o barítono, con facilidad alcanza casi todo el espectro sonoro, notas agudas y notas graves se mezclan en sutil melodía. Nadie le impartió clases de canto, por esas maravillas de la madre naturaleza, aprendió solo. Es la música que más disfruto.

Todos los años asisto a sus conciertos, son al aire libre, en esta época del año, cuando la primavera nos rodea de flores, verdor y vida. Comienza con los primeros claros del día, cuando el sol aun no ha recaudado fuerzas para secar el rocío depositado durante la noche sobre las plantas.

Sus actuaciones son gratis, amenas y alegres, su auditorio, el bohío de guano y el patio de mi casa. Todas las mañanas, mientras disfruto mi desayuno, me deleito con su actuación. Una variedad de ritmos, de sonoridades  van inundando el ambiente. Ayudan a la mañana a desprenderse de la madrugada para convertirse en luminoso día. Él, la acompaña a ella y a mí, en esa magnífica celebración llamada amanecer.
 Este año aprendimos a cantar a dúo, comencé siguiéndolo en su canto, haciéndole la segunda, después me permitió escoger la melodía y reproducía mis tonos al pie de la letra.
Este mundo lleno de avances tecnológicos, de iPhones, iPads, cada día nos aparta más de la maravillosa música que nos regala la naturaleza, el cadencioso oleaje del mar, la corriente de un rio, el silbido del viento en las ramas de un árbol, o el canto de un ave.

Hoy, su canto me hizo saber que algo andaba mal, muy mal. Era grave, triste, lo percibí como un lamento, como una marcha fúnebre. Lo vi y su aspecto era desolador. Me acerque y pude descubrir la razón, su hogar, una obra de arte fruto de arduas horas de trabajo había sido víctima de un depredador, sus crías devoradas. La naturaleza puede ser extremadamente cruel.
 Un nudo en la garganta me hizo perder el apetito y dejar el café a medias. Regresé a casa. Allí en la florecida buganvilia lo deje,  solo, triste, llorando su infortunio. ¿Pero, qué te pasa? - Me pregunto Rebeca.-  Despejé mi garganta para contestarle.  – Que nada suele ser más alegre o más triste, que el trino de un sinsonte -.

Friday, April 13, 2012

Un viejo techo.


-- Tienen que ser marca Apollo -- Enfatizó José Alejandro Grillo (Pipe). Se discutía entre los hermanos accionistas de la finca Esperanza y Sumidero la compra de las planchas de metal para cubrir el techo de una nave en construcción que serviría para guarecer el tractor Fordson Major y seis carretas que remplazarían las numerosas yuntas de bueyes en el tiro de caña de azúcar hacia el Central Mercedes. Si audaz había sido la adquisición del equipo, audaz era la inversión en la construcción de la nave.

Pipe, alto, fornido, un hombre serio y respetado por todos, era el mayor de los hermanos Grillo y fungía como administrador de la finca. Su visión y decisiones secundada por sus hermanos, fueron convirtiendo aquella pequeña empresa familiar en un prospero negocio agrícola y ganadero. La propuesta de Pipe fue blanco de críticas de parte de algunos integrantes de aquella reunión. – Son muy caras, hay que comprarlas en Estados Unidos -- dijo Pepe Corredera, esposo de una de las hermanas --  mientras mascaba su apagada pipa. Corredera insistía en construir el techo con hojas de palma cana. -- Un techo de guano es más barato -- decía. La moción fue llevada a votación. La compra fue aprobada por mayoría. Las planchas de metal llegaron a la Habana desde Miami vía ferry y fueron trasportadas hasta la finca en un camión. La casa de las carretas, le llamábamos todos a aquella enorme edificación de paredes de concreto y brillante techo rojo.

A principio de los años sesenta la dictadura castrista estimó, que aquella pequeña finca de 306 hectáreas, propiedad de siete hermanos era un latifundio, y la confiscó. El abandono ha convertido aquel otrora productivo y bello lugar en un enorme e impenetrable marabuzal. Los integrantes de aquella reunión realizada en el verano de 1950 ya no están entre nosotros.

En ocasiones regreso al querido sitio donde pase mis años de infancia. Lo recorro lentamente, me detengo en los puntos de gran significancia para mí, mi antigua casa, el patio donde jugué de pequeño, la casa de tío Quiro, la de tío Guilla, la de tío Pipe. Compruebo cómo el abandono lo ha devorado todo. Aquel hombre extraordinario no imagino jamás que su insistencia en usar una marca específica para techar aquella nave, serviría más de medio siglo después como punto de referencia a su sobrino Miguelito para encontrar usando Google Earth las ruinas de su infancia.

Negándose a sucumbir, mudo monumento a las cosas bien hechas, la casa de las carretas aun esta allí. ¡Cuantos aguaceros, cuantas tormentas, cuantas noches de rocío, cuantos sofocantes mediodías a resistido aquel techo! Otros proyectos modernos, llevados a cabo con desgano y mal planeamiento por la dictadura castrista han sido víctimas de la indolencia, el desarraigo, ya no existen. Para muchos es solo un simple techo. Para mi es mucho más. Con los años, las rojas planchas han perdido el brillo original. Lo que no perderán jamás es el valor y el contenido del mensaje que percibo cada vez que las contemplo. Lo que se hace con fervor, entusiasmo y amor, sobrevivirá a lo que se hace con desdén, apatía y odio.